En unos días mi abuelo cumplirá noventa años. No exagero, he recibido cientos de mensajes debido a los preparativos que los nietos, bisnietos y tataranietos están haciendo con diligencia. Debo confesar que no leí ni la mitad de todo lo que proponen. Sin embargo, hoy por la tarde, en una reunión familiar, una de mis sobrinas (biznieta) le preguntó de manera jovial a mi abuelo, “papito, ¿qué desea de regalo por su cumpleaños?”. La traspasó con su mirada de hecatombe, sonrió y respondió con la ternura de un abuelo que ya ha vivido tanto: “seguir al lado de ustedes”.
En su juventud fue un próspero ganadero que le permitió sostener a sus siete hijos, aprendió a saborear los días de apogeo y a llorar de manera desconsolada al enterrar a su esposa y a su hija (su primogénita) en menos de tres años. Tras su respuesta a la biznieta una cascada de preguntas asediaron en mi mente: ¿cómo seguir caminando tras la muerte de una esposa o hija? ¿Qué tipo de fuerza impulsa a un padre a seguir remando en esta vida que es un río cargado? No hay peor huérfano que un padre.
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“El libro del duelo” de Ricardo Silva Romero narra la lucha titánica de don Raúl Carvajal, un padre que jamás se cansó de luchar por encontrar justicia para el caso de su hijo: el suboficial del Ejército Raúl Antonio Carvajal, asesinado tras negarse a matar civiles inocentes. Mis lectores creerán que las páginas están embarradas de ficción, pero no es así. Lo que el autor hace a través de sus letras es contar la historia desoladora de don Raúl, quien dejó a su esposa Oneida y a sus otros hijos para ir de plaza en plaza y recorrer todas las calles de Bogotá en busca de respuestas. En esa odisea comprendió que “quizá el lío de fondo sea que a nadie le alcanza el tiempo para la compasión”. Comprendió también que ya no era tiempo de investigar la muerte de su hijo, sino narrar lo que había pasado realmente. Que si uno se quedaba quieto, el tiempo no perdonaba. ¿Por qué le había tocado tanto sufrimiento? Nunca lo supo. Pero mientras usted lee, querido lector, debe saber que así como don Raúl Carvajal existen miles de padres o hermanos o abuelos que esperan justicia, la verdad que se les ha sido negada.
El día que mi abuelo perdió a su hija mayor se negó a recibir consuelo. Solo lloraba. Pero cuando estuvo frente a ella (hasta ahora lo recuerdo) le besó la frente y le susurró algo que todos oímos: “perdóname por todo”.
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Escritor y profesor