Fue Gandhi quien halló en la verdad a Dios mismo, hablar del Satyagraha es hacer de la verdad el eje de nuestras vidas. Aunque lo he expuesto, en un largo viaje en tren en Europa, Gandhi, joven abogado sin búsqueda de destino, leyó un libro que le cambiaría su vida. Unto this last, de Ruskin. Desde entonces sería el Mahatma o “alma grande” porque hallaría que la verdad lo es todo y que no hay medias verdades ni mentiras a medias. Desde allí encontraría, cual señal, lo que quería hacer con su vida y su vida lo llevó a ser el gran líder histórico de su pueblo.
Hay quienes asumen que la verdad tiene un costo y que la mentira nos salva de problemas, pero el capitalismo liberal no puede sobrevivir sin confianza y la confianza se logra de la honestidad y buena fe en el trato cotidiano y en los contratos, pero también en la política. Werner Jaeger señala que el desarrollo social tiene relación con la conciencia de los valores que rigen la vida. En una sociedad regida por el escalamiento, la mentira, la incongruencia y la corrupción, la confianza es un valor escaso.
Quien lea el fabuloso libro de Alfonso Quiroz, La historia de la corrupción en el Perú, sabrá que el choreo, la coima, el embute, el aprovechamiento, han sido una constante desde la colonia hasta hoy y lo seguirá siendo si no se entiende la raíz cultural del problema: el patrimonialismo. Por este, quienes llegan, se creen dueños del Estado y abren el cofre, desde el festín de lujo de Echenique en el siglo XIX hasta el clímax chicha de Pedro Castillo. Robarle al Estado es robarle a nadie, porque se ha mutado el término “contribuyentes” por “ciudadanos”.
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El patrimonialismo ha sido estudiado por Basadre, que añade el sultanismo, el libre arbitrio del jefe, y podríamos sumar el mercantilismo como favorecimiento; esto es, el Estado es tierra de nadie. Norberto Bobbio lo denomina “la privatización de lo público”.
El patrimonialismo crece en un Estado grande, pero crece también la regulación, que es la regulación de lo complejo y el encarecimiento de los costos de transacción privada. Con el sobredimensionamiento, los costos de abrir un negocio, sobrevivir, formalizarse o tramitar crece y crece porque los costos de la legalidad son demasiado altos y la formalidad se elude. Cumplir el derecho se vuelve engorroso y habrá muchos que salten el laberinto a través de la coima.
El problema de la corrupción en el Perú es dual: es cultural, pero también estructural, deviene del tamaño y complejidad del Estado. A todo eso lo denomino “marco institucional”. Comenzamos en este artículo hablando de Gandhi y la honestidad, de Jaeger y la conciencia de los valores; se concluye en una cita de Rousseau que se hace un correlato inexorable, una irónica y trágica adaptación: “el peruano nace bueno, el marco institucional lo corrompe”.
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Abogado y escritor