Leibniz plantea en su Teodicea que no es a Dios al que debe atribuirse el mal. A Dios se le excluye de estos temas, como de los eventos humanos; lo proclama con otros añadidos el loco que grita ¡Dios ha muerto! en La gaya ciencia, de Nietzsche.
Si desplazamos a Dios del gran tema del mal, confrontamos con la moral humana. Nos encontramos así con la libertad. Esta no es, como aseguran, el unívoco camino de hacer lo correcto, sino una elección entre el bien y el mal. Sartre decía que el hombre es tan libre que puede hacer el mal. En la racionalidad liberal la bondad es libre, no hay tal en la caridad que se hace con una pistola en la sien. No existe moral con coerción.
El valor de la compasión reside en la autenticidad de una elección. Soy bueno porque ayudo por decisión libre, el hombre solo puede constituirse como ser moral desde que elige.
George Bataille (La literatura y el mal) toca la transgresión de los personajes ficticios, libres de toda represión moral. El escritor se ubica por encima del bien y el mal. No juzgamos el placer en la literatura con ojos de castigo o puritanismo, en ella los extremos se nos muestran con honestidad… En la vida fuera de los libros se suele juzgar el mal por el ánimo lesivo, pero también por el deseo; así, el mal es reprimido aun cuando fuera locura pasional.
En los estados totalitarios y las teocracias orientales, el bien y el mal son determinados por oficio y el miedo se torna en la esencia de la civilización. En el cristianismo, para quien bien lo entienda, la sustancia no es en tanto regla, sino salvación, la que se obtiene por la aceptación del sacrificio del cordero. El miedo no debería ser el eje de la espiritualidad cristiana. Ama y haz lo que quieras, decía San Agustín.
Desde la moral mundana, la libertad no se basta a sí misma; conlleva responsabilidad. Quien daña debe responder sin queja y con mansedumbre por sus actos, es la ética de la responsabilidad.
En la lógica económica el hombre busca maximizar el placer y huir del dolor, es lo que provee de combustible a la libertad, pero condenamos la naturaleza humana. Sin embargo, lo bueno, como en Bentham, es lo útil y lo útil es el disfrute. Nos encontramos así con Aristipo y Epicuro, con el hedonismo clásico. Aristipo reclama el placer básico. Epicuro llama a fugar del dolor hacia la imperturbabilidad, un viaje a la ataraxia.
El totalitarismo es enemigo del placer y socio del miedo; enemigo, por tanto, de la libertad y de la diversidad de opciones que ella nos permite. La libertad es camino de goce y este es íntimo e insobornable, desigual y abigarrado: es el erotismo, la satisfacción de las pequeñas y grandes cosas, pero también la alegría mística del asceta.
En ILAD defendemos la democracia, la economía de mercado y los valores de la libertad.
Síguenos en nuestras redes sociales: bit.ly/3IsMwd8

Abogado y escritor