Según Gabriel García Márquez, “la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir”. Pareciera una crítica a la existencia o al capitalismo, pero es la descripción de la vida como una lucha incesante contra las diversas necesidades y resistencias.
En La peste, Camus se pregunta “¿Cómo hubieran podido pensar en la peste que suprime el porvenir, los desplazamientos y las discusiones? Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas”, pero el filósofo se extiende a las grandes situaciones, no a esas pequeñas y cotidianas en las que el hombre confronta con ganar el pan para sostener a una familia, a vencer la aprobación de los demás que es lo que nos permite pasar de etapa en etapa desde la escuela hasta el aliento final; pues la sobrevivencia dependerá de la luz verde de un maestro, de una universidad, del objeto de nuestro amor, de un cónyuge, de un empleador y, en definitiva, del dinero que es la condición mínima para existir en pie.
La dialéctica marxista generó respuestas liberales convincentes, experiencias de mercado exitosas, pero no libró a la civilización de una ética retributiva, porque solo se sobrevive en la reciprocidad. La ética del capitalismo no es la gratuidad, sino el intercambio. No es una ética romántica por dos razones: por un lado, no es siempre suficientemente retributiva. Por otro, depende más de una de las partes: del capital y su demanda de mano de obra específica…lo demás sobra.
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Sobrevivir en el capitalismo para el marxismo, desde una visión darwinista, es una guerra entre empresas por devorarse. Si bien el mundo de Dickens es de niños carcomidos por el hambre en las fábricas de Londres, el universo del capitalismo liberal en los siglos XX y XXI ha sido de prosperidad, uno en el que la pobreza se redujo, pero no por tal implicó una vida fácil para todos. En los tiempos idílicos de Sócrates, el trabajo era repudiado, dejado a los esclavos, mientras que los paseos filosóficos constituían la vida, un reflejo del mundo ideal platónico, aunque con sus propios dramas.
La historia registra que el hombre ha hecho de la existencia un drama de sobrevivencia. Desde las guerras, hambrunas y pestes del Medioevo a las guerras en alta escala en los tiempos modernos; desde el hambre rapaz en las sequías a las tiranías sangrientas… Como tirados al mundo, vivir es sobrevivir y, por tanto, sobrellevarla siempre en tensión. Al menos, ese es el sino de la civilización.
No es que el capitalismo nos la haga fácil sin una ética “de inclusión del otro”, pero sea cual sea el sistema, capitalista o socialista; la naturaleza se ha encargado de convencernos que la vida no es otra cosa que una permanente lucha contra la fuerza de gravedad.
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Abogado y escritor