Política

Construyendo derecha | Opinión

Derecha no es fascismo porque aquella no propugna el totalitarismo ni la estatolatría. «Todo en el Estado, nada contra el Estado, nada fuera del Estado» es de Mussolini y suena a canto colectivista.

Ocurre que al final de la Segunda Guerra Mundial los socialistas soviéticos optaron por desmarcarse de los sanguinarios bárbaros de Berlín y Roma, que pasaron a ser la derecha y para alejarse más, la “ultraderecha”, término vacío, que sirve apenas para adjetivar.

El Mussolini germinal desde el Avanti se propuso «fundar la evolución del socialismo». Hitler compartía el ideal colectivo, así para Moscú había que no parecerse a ellos (¡!). Se les llamó “derecha”, gran error porque la derecha no es fascismo, es conservadurismo liberal, es la preservación de las tradiciones esenciales que le dan continuidad y memoria a las instituciones en la crisis. El derecho romano nutre las relaciones civiles y la familia desde el viejo lar. Fustel de Coulange es puntilloso en la historia antigua. Los derechos humanos y el constitucionalismo son la garantía frente al poder. El individualismo liberal nos rige como sucedáneo del espíritu feudal. El cristianismo nos da trascendencia y contención. El mercado es una institución espontánea como el lenguaje, algo que el socialismo se resiste a creer en medio de sus propios escombros. La filosofía griega es matriz del pensamiento occidental y la idea de Nación y de soberanía nos resguardan del globalismo rector.

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Hasta hace unos años, el liberalismo podía entenderse como el fin de la historia (Fukuyama), era el optimismo por la caída del muro, pero no concluyó la historia, nos acercábamos a una guerra de civilizaciones que iba a infiltrar en Europa indistintas culturas antioccidentales. La barbarie que se vive se acompaña de una arremetida socialista. Marx no planteaba un nuevo modelo económico, planteaba la destrucción de la civilización, estructura y superestructura abajo. Como en el choque de civilizaciones de Huntington, el socialismo se encaramó como una propuesta de destrucción de lo viejo.

El liberalismo se planteaba bien desde Fukuyama y desde Benedetto Croce soñando con la profecía de los ideales liberales; pero no fue el orden liberal lo que llegó, llegó la amenaza de los ejércitos criminales y mercenarios, el fuego y el antagonismo. El mundo contemporáneo es de caos, de destrucción; en fin, de una “invasión bárbara” dirigida a liquidar las costumbres, la economía, la filosofía, el derecho, la fe, la familia y la Nación… El liberalismo sienta bien en la paz, pero en la amenaza prende el instinto derechista de preservación y sobrevivencia.

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