El lamentablemente famoso influencer Curwen cae nuevamente en el ya conocido panfleto de los justicieros. Su mensaje fue claro y brutal: si eres “cholo”, si tu piel es “marrón”, si tu línea de crédito es de mil soles, si no eres marrón y cholo “como el”, no puedes lamentar el cobarde asesinato a Charlie Kirk ni al movimiento conservador detrás de él. ¿Quién le otorgó el derecho de decidir quién merece luchar por la verdad y quién no? ¿Qué tipo de podredumbre ideológica convierte a un influencer en portavoz de un racismo disfrazado de su famosa “justicia social”?
No es un error. Es parte de la maquinaria de persecución ideológica que busca anular voces, dividir pueblos y envenenar masas. El mismo progresismo, que se proclama “antirracista”, repite los discursos más bajos de discriminación. Es la paradoja de siempre: condenan lo que practican, desprecian lo que representan y llaman “inclusión” a su permanente exclusión. ¿Acaso no es este el rostro verdadero de la izquierda, alimentado de odio y revestido de hipocresía?
El ataque de Curwen fue contra millones de ciudadanos que creen en la patria, en sus familias, en Dios y en la libertad que justamente Charlie defendía y por la cual, fue asesinado. Fue contra todo aquel que no acepta ser esclavo del progresismo decadente. Y es que este pseudo influencer, como tantos otros, no es más que un peón barato de la izquierda más mediocre que inunda a la región. Un repetidor de consignas vacías, incapaz de sostener un argumento realmente político y condenado a vivir del “show” de la provocación vulgar. No hay política en sus palabras, solo “brutalidad”, sustantivo que él se encargó que le calce como anillo al dedo.
Pero lo que no entienden es que estas agresiones no silencian: fortalecen y levantan a los dormidos. Cada insulto, cada frase realmente clasista, cada burla auténticamente racista y sobre todo, cada vez que nos acusan de eso mismo, confirman que estamos en una guerra cultural sin máscaras. El asesinato de Charlie Kirk ya nos enseñó que la lucha es real y que la sangre derramada nos obliga a no ceder. Ahora, el racismo pero “cool” de Curwen es la prueba más evidente de que la batalla no es sólo ideológica, sino moral.
Ahora más que nunca, las circunstancias nos defienden. No podemos callar, ni aceptar la mentira en forma de degradación directa al ciudadano peruano. No nos rendiremos frente a estos falsos referentes que prostituyen la política y degradan el debate público. Nuestra voz se eleva más fuerte que nunca, y en ella se recoge la de Charlie, la de cada ciudadano silenciado, y la de todos los jóvenes que no se arrodillarán ante un discurso simplista y de disque progreso, disfrazado de tolerancia.
Que no quede duda: los que más acusan de algo, siempre tienen mucho que esconder. Una tesitura de la que los progresistas aun no pueden escapar. Los supuestos dueños de la moral como Curwen, ya la perdieron hace mucho tiempo, si es que alguna vez la tuvieron.
Y tú, ¿Ya te diste cuenta de este patrón sin fin en los referentes progresistas? Deja tu opinión en los comentarios.
