Vicente Alanoca regresa con el viejo libreto de la “Nueva Constitución”, la “Asamblea Constituyente” y el supuesto “cambio de contrato social”. Nada nuevo bajo el sol. Es la misma partitura que tocaron Fidel Castro en Cuba, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela. Y todos sabemos cómo terminó esa sinfonía: hambre, miseria y dictadura.
Respondamos con la verdad en la mano. Primera mentira: que los pueblos originarios no están representados en la constitución. Eso es falso. La carta de 1993 los reconoce y protege. El artículo 2 señala que todos los peruanos somos iguales ante la ley, sin importar origen, raza, idioma o condición. Ese mismo artículo ampara el derecho a la identidad étnica y cultural.
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El artículo 17 obliga al estado a garantizar una educación bilingüe e intercultural, justamente para que nuestros pueblos originarios conserven su lengua y cultura.
El artículo 89 protege a las comunidades campesinas y nativas, otorgándoles autonomía sobre su organización, tierras y trabajo comunal. Y el artículo 149 reconoce la justicia comunal y el rol de las rondas campesinas en coordinación con el sistema judicial. No se trata de uno ni dos artículos: son varios. Decir lo contrario es mentirle al pueblo.
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Segunda mentira: que la Constitución fue escrita por clanes de poder. Otra falsedad. La Constitución del 93 trajo estabilidad y permitió que el Perú creciera como nunca antes. Entre 2000 y 2013 fuimos una de las economías más dinámicas de América Latina.
Ese crecimiento redujo la pobreza de más del 58 % en 2004 a menos del 23 % en 2014. Eso no lo hicieron ni el comunismo ni las asambleas constituyentes, lo hizo un modelo con reglas claras.
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Pero que podemos esperar de un político que se niega a aceptar que Cuba y Venezuela son dictaduras:
Al final, lo que Alanoca vende no es una “Nueva Constitución”, sino un viejo disfraz de autoritarismo maquillado de justicia social. El Perú no necesita dinamitar sus cimientos para volver a empezar desde cero; necesita cuidar la casa que ya construyó con esfuerzo y corregir sus grietas sin derrumbarla. Cambiar la constitución, como proponen los rojos de siempre, no es abrir una puerta al futuro, es empujar al país hacia un abismo ya recorrido por otros.
No caigamos en la trampa de las promesas que huelen a humo: porque detrás de cada discurso incendiario, lo único que queda es ceniza.

Director ejecutivo de ILAD Media