La vigente posmodernidad trae consigo un repetitivo discurso: “Es tiempo de cambios”. Es por esto que, sumado al afán progresista, es muy frecuente que los mensajes políticos hegemónicos se fundamenten en el instituto axiológico de que “todo lo nuevo es bueno y todo lo bueno es nuevo”. En consecuencia, empleando una fuerte reingeniería social, se imprime en el pensamiento colectivo de la ciudadanía que “todas las tradiciones, costumbres, instituciones y lecciones del pasado deben ser superadas”. Así pues, grupos minoritarios, pero con abundante poder político y económico, se posicionan en los distintos Estados-nación inundando la totalidad de sus estructuras con progresismo materializado, por ejemplo, en políticas públicas infestadas de ideología de género, o en cuotas de poder que responden a criterios feministas. Sin embargo, en el Perú, cuando la sociedad es consciente de estos sucesos, reacciona rápidamente rechazando cualquier avance de corte progresista, ¿por qué? Porque el Perú es un país conservador.
Esta última proposición no está enmarcada en un intento forzoso de catalogar a los peruanos bajo una ideología —pues el conservadurismo no lo es—, ni tampoco es una forma de desprestigio —es errado el empleo de la terminología “conservador” como despectivo—; sino más bien, constituye una característica históricamente propia de los peruanos, que está comprobada empíricamente. Ahora bien, el conservadurismo peruano está cimentado en la valoración de las tradiciones y costumbres de nuestros antepasados, por poner un caso, el profundo sentimiento de pertenencia identitaria con las manifestaciones culturales; así como también, en el respeto a las instituciones que nos han permitido establecernos como sociedad y nación, verbigracia, el fervor religioso, la defensa a ultranza de la familia, la vida, los símbolos patrios, etc.
Es más, existen numerosas estadísticas que respaldan el carácter conservador de los peruanos. Para ilustrar, la Encuesta Nacional sobre Familia, de Origen Vanguardia y Cambio Cultural, evidencia que el 97% de los peruanos está de acuerdo con que “la familia es la unidad fundamental de la sociedad”, el 83% con que “la formación afectiva, sexual y moral de los menores de edad debe estar a cargo de los padres de familia” y el 84% con que “el matrimonio es solamente entre un hombre y una mujer”. Dichos resultados son sumamente coherentes con el principio conservador de que es la familia el alma de la sociedad, por lo cual, nuestras políticas deberían estar dirigidas a su protección, desarrollo y fortalecimiento. Así mismo, también tenemos otra data mucho más reveladora, y es que según la encuestadora IPSOS, el 65% de peruanos se declara conservador o semiconservador, dejando en claro esta marcada tendencia.
Entonces, si somos conservadores, ¿por qué nuestros políticos promueven con insistencia agendas con una visión progresista que es totalmente contraria a la de la gran mayoría de los peruanos? Explicaciones hay muchas, como la coyuntura electoral, la manipulación política, la influencia de ONGs, entre otras más. Pero a pesar de esto, nosotros, el pueblo peruano soberano, debemos exigir que nuestro sentir conservador sea representado efectivamente en todos los espacios del Estado, por más de que el contexto actual exhorte que es necesario cambiarlo en aras de “progresar”, y es que sólo así evitaremos que dirijan la política en nuestra contra.
Presidente de Jóvenes Patriotas