Lo compré una noche en el puesto de libros del señor Luna, en los aciagos tiempos de la pandemia cuando atendía en Plaza Francia. No sé qué me llamó la atención de él. Quizá un párrafo, una frase, una línea, alguna información destacada, el asunto es que lo adquirí y fui postergando su lectura hasta que el domingo pasado, forzado a quedarme en casa, fijé la mirada en mi estante y allí lo vi, mullido, medio tristón, como esperando a que lo abriera. Lo hice, y no lo solté hasta acabarlo de leer.
De María del Carmen Miró Quesada, Maki, autora de Memorias de una transgresora (2018), tuve noticias alguna vez cuando en una columna suya aparecida en Perú 21, muy suelta de huesos, la emprendió contra su ama de llaves con una expresión similar a la que Hernando de Soto usó para injuriar a Vargas Llosa: «Hija de puta».
A Maki, como era de suponerse, la tildaron de racista y la directora del diario, la señora Cecilia Valenzuela, debió disculparse con los lectores por permitir su publicación. Maki, escandalosamente incorrecta, nunca lo hizo.
En el primer capítulo, el libro de Maki cuenta las interioridades de una de las familias más poderosas del país, los Miró Quesada, dueña de El Comercio.
En él hay detalles de la salida de Martha Meier por obra y gracia del director Fernando Berckemeyer, quien no quería verla ni en pintura. No sería exagerado decir que este capítulo podría ser parte de uno mayor sobre la historia privada de los diarios de Lima.
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Maki Miró Quesada relata que avizoró la caída de la edición impresa del diario de la calle La Rifa, debido al surgimiento de las nuevas tecnologías, y que, si no se las tomaba en cuenta, el negocio familiar se iba a “estrellar contra la pared”. Poco caso le hicieron.
Los libros de Bryce Echenique (Un mundo para Julius) y Jaime Bayly (Yo amo a mi mami) retratan un sector A que ya casi no existe o está, como en el primer caso, extinto; en cambio, en el de Maki Miró Quesada, se encuentra el actualmente vigente moviéndose en nuestro cuerpo social. Bayly, al lado de Maki, parece un migrante perdido en la ciudad.
Desasida de la realidad de su país, y más cercana al jet set internacional, Miró Quesada, que, en Europa, se codeaba con el glamour, la buena mesa y las fiestas, se refirió alguna vez así de Hildebrandt cuando en su semanario publicó un artículo sobre ella, a propósito de su nombramiento como embajadora en Argentina (que ocasionó alguna polémica): «Pobre César. Siempre anda cerca de la verdad, pero nunca da en el clavo». Touché.
Capítulo aparte es aquel donde se cuenta los amores carambolescos de la autora con Manuel Ulloa Elías, exministro de Economía de Fernando Belaunde. Ese tiene que leerlo el lector.
Memorias de una transgresora es un libro interesante, es la radiografía de un sector de nuestra clase alta, a la que el común no tiene acceso y solo la ve ingresar por la puerta del Club Nacional. Vale la pena tenerlo presente y no dejarse ganar por el prejuicio y los pecados del pasado de su autora.
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Comunicador social y crítico literario