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Los peligros de la eutanasia y la “muerte digna”

El caso de Ana Estrada ha vuelto a polarizar a nuestro país en torno a uno de los debates más sensibles de la actualidad: la eutanasia, y es que la discusión no solo gira en torno a la vida o muerte, sino que su reconocimiento como un supuesto “derecho fundamental a una muerte digna” abre una caja de pandora muy peligrosa.

La introducción de un “derecho a la muerte” es inconsistente por donde se vea, tanto con el ordenamiento constitucional, el derecho internacional y con todas las premisas de la cultura occidental.

¿Se puede tener derecho a la vida y a la muerte al mismo tiempo? El tema de la eutanasia no se queda en un simple deseo ni reconocimiento de este supuesto derecho. El problema de fondo es que involucra a terceros y, de manera aún más peligrosa, al Estado.

Lo que no quieren entender los defensores de esta agenda, es que la autonomía personal no es un absoluto, ya que no hay ser humano sin los demás. Nuestra libertad personal queda siempre conectada a la responsabilidad por todos aquellos que nos rodean. En este caso, está directamente conectada al personal médico que ejecutará este procedimiento.

A los médicos se les entrena, desde hace milenios, para salvaguardar la vida y la salud de sus pacientes. ¿De pronto les vamos a enseñar u obligar a terminar con las vidas de quienes tienen que proteger? La eutanasia significa el final de la confianza depositada en una profesión que se basa en no provocar la muerte intencionalmente bajo ningún supuesto.

Uno de los peligros más grandes, a mi parecer, es que la eutanasia deshumanizará la medicina y detendrá el avance científico. Si una solución viable a cualquier enfermedad grave es la muerte, ¿para qué nos molestamos en tratar de encontrar la cura para el cáncer, en investigar para saber las causas y tratamientos de enfermedades degenerativas o en innovar en cuidados paliativos para darle a los más vulnerables la calidad de vida que merecen?

Aún más peligroso es llegar al punto de que un médico no pueda recurrir a la objeción de conciencia para abstenerse de realizar algún procedimiento letal. La libertad de pensamiento es fundamental en toda democracia y, en este sentido, la objeción de conciencia es una de las libertades individuales que debe primar por sobre un fallo judicial o cualquier orden del Estado.

La evidencia nos muestra que en Europa, la eutanasia ya está sustituyendo a la medicina. En los Países Bajos, la eutanasia es incluso legal para niños, mayores de 16 años sin el consentimiento de sus padres y pacientes con depresión. En 2014, Bélgica siguió estos pasos y legalizó esta práctica para menores de edad. En este país, la Comisión Federal de Control y Evaluación de la Eutanasia, reveló que 2 699 personas fueron asistidas para terminar con su vida en 2021.

Así, tenemos muchos ejemplos de naciones que optaron por esta agenda mortal, lo cual evidencia que claramente la legalización de la eutanasia no termina en “pacientes con efermedades terminales ni degenerativas”.

Las personas que padecen este tipo de enfermedades necesitan solidaridad, calidad de vida, un trato digno y mucho apoyo psicológico. No es fácil legislar, regular ni opinar sobre un tema de esta magnitud, sobre todo si uno no está en esa situación, pero es inhumano hacerles creer que morir es la única opción, algo que contradice por completo la naturaleza humana.

Una persona pide morir en casos muy extremos, de mucha soledad, desprotección, falta de sentido y humanidad, y creen que lo hacen con completa racionalidad. ¿Por qué no miramos con más compasión a los enfermos y les brindamos el acompañamiento que necesitan, en vez de recurrir a métodos extremos y antinaturales para acabar con sus vidas?

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