Carlos Alberto Montaner, liberal, al fin y al cabo, dejó testimonio de su compleja decisión de morir, la parálisis supranuclear progresiva lo llevaría pronto al extremo padecimiento de consumirse física e intelectualmente, tenía ochenta años. Escribió: “Cumplo mi deseo de morir en Madrid, la ciudad que amo y en la que he compartido tanto junto a Linda, mi adorada mujer en las duras y en las maduras. Lo hago gozando todavía de la capacidad de expresar mi voluntad, de ejercer mi derecho a finalizar mi vida de una forma libre y digna de acuerdo a mis creencias”.
Citaba al tetrapléjico Ramón Sampedro: “Vivir es un derecho, no una obligación”. Hasta allí es un drama personalísimo, desideologizado, más allá de la licencia española para morir cuando el cuerpo sufre y no nos acompaña. Es, sobre todo, un tema polémico sobre el cual es difícil tomar una decisión. Los estoicos y los católicos tendrán una posición que atañe al coraje de la resiliencia y a la propiedad divina de la vida. Los hedonistas entenderán que el cuerpo es solo de su dominio y sirve al goce.
No se trata de una guerra ideológica, sino de una tragedia humana, que solo Ana Estrada en el Perú podía entender, como tantos que sufren una enfermedad incurable y dolorosa, que resta dignidad a la vida. No se trata de una victoria política progresista, aunque no faltan quienes ven en el caso de Estrada y la consumación de la eutanasia un escalón arriba de la conquista de una serie de derechos, como el aborto.
En efecto, hay quienes asumen que está lawfare civil debe conducir a la normalidad legal del aborto, sin dar cuenta que no es la disposición de una vida ajena lo que está en juego, sino la decisión sobre la propia vida. La eutanasia es un tema que no se vincula con el aborto. El concebido, que es “niño por nacer”, es una entidad propia, sujeta a protección. Quien lo consuma no dispone de su propio cuerpo, dispone sin legitimidad alguna de la vida ajena. Que no se venga la falacia de que quien es hombre no tiene derecho a opinar. La eutanasia es un tema que llama a una mayor controversia. Es la disposición del yo y lo que queda es un tema de filosofías.
“Suicidio asistido” sería si se comprendiera en el proceso un mecanismo a disposición del enfermo terminal, que ajustara la responsabilidad en el sujeto decisor, sin la intervención médica; pero el asunto no es tan simple, el que asiste a la muerte es el médico, el tecnólogo y la clínica. No es posible obligar al profesional de la salud a quebrar el núcleo duro de sus sentimientos y moral profesional, su misión esencial es salvar vidas, por lo que cualquier sentencia que se cuelgue del caso Estrada debe considerar la objeción de conciencia del profesional como un asunto previo.
El tema versa sobre el profundo dolor humano dentro de una devastadora tragedia personal y familiar. El alboroto políticamente victorioso de muchos debería seguirse de una pregunta: “¿Están ustedes preparados para exonerar al médico poniendo ustedes el dedo en el botón?”.
La de Estrada no es una conquista progresista ni nada que conecte su doloroso drama con una causa solapadamente política.
Abogado y escritor