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¿Uno es pobre porque quiere? | Opinión

La frase fue mal empleada. Claro que nadie es pobre porque quiere.

Al actor y conductor Christopher Gianotti le bastó decir en su podcast que “uno es pobre porque quiere” para que las redes sociales lo fusilaran. Dijo en concreto: “este falso discurso mediocre de ‘Ay no tenemos las mismas oportunidades’. ‘Tenemos’, eso es algo que tú te tienes que generar y eso es lo que la gente no entiende y durante tantos años nos han mentido, nos han dividido diciendo ‘él tuvo distintas oportunidades que sutano, que mengano’”.

Para la izquierda la pobreza es inmóvil, es una condena, porque en una sociedad estamentaria la izquierda gana, logra alcaldes y parlamentarios, y hasta pone un gobierno. Habría que preguntarle sobre su trayecto y trajines a los que habitaron el arenal en Villa El Salvador hace décadas o a los comerciantes de Gamarra, que urdieron un futuro desde el asfalto a la tienda; o a los de Mesa Redonda, artífices de una acelerada dinámica económica; o la gente de Lima Norte y a los que han hecho del capitalismo popular desde la pobreza una forma de hacerse de un destino.

Si hay un término que la izquierda odia es “capitalismo popular”, lo que hace del pobre un potencial empresario, un emergente que destruye la narrativa del odio, porque la lucha de clases se cae allí donde prospera el pequeño capitalista; donde C y D se convierten en clase media; donde las esteras dan paso a la urbanización; allí donde los pobres hoy habitan multifamiliares y dan sustento a sus propios emporios comerciales.

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La protesta en las redes contra Gianotti enerva el espíritu del paternalismo porque el peruano debe carecer de moral y de proyectos de vida, debe resignarse. ¿Qué hubiera sido de los Quispe, grandes empresarios de Gamarra, si por crecer sin nada en el cerro El Pino, se hubieran resignado a su suerte? Y como ellos, muchos. Quizás la frase fue mal empleada. Claro que nadie es pobre porque quiere porque nadie quiere ser pobre, pero la vida ofrece la oportunidad del mercado, de la transacción y el ahorro progresivo, de la racionalidad del capital.

No es fácil, pero lo es más cuando no se espera mucho ni del Estado ni del otro, cuando se entiende que allí donde hay una necesidad hay la posibilidad de una oferta. Los Quispe juntaron como pudieron un pequeño monto de dinero, “compraron una máquina de coser y aprendieron a confeccionar” sin depender de otros (LR). Como ellos, miles. El ideal maoísta del agrarismo extremo fenece con el pragmatismo modernizador de Den Xiao Ping. No solo los individuos, también los pueblos fecundan cuando cambian de enfoque.

La izquierda te quiere pobre y dependiente, sin moral, encapsulado en la ideación de una pobreza sempiterna. El historicismo lo explica como lo explica sus leyes “inmutables”. Las migraciones del campo a la ciudad desde el siglo XX erigieron pequeñas ciudades en las urbes peruanas que el ánimo modernizador de Leguía y Odría apenas pudieron superar. Lima es la pauta. Matos Mar veía desborde popular, allí donde solo había semillas de prosperidad en medio del caos.

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