Opinión. Fukuyama define el liberalismo clásico como aquella doctrina que lucha por limitar el poder del Estado a través de constituciones y leyes, creando instituciones encargadas de proteger los derechos individuales.
¿Cómo se justifica esta doctrina?
Según el autor, hay motivos pragmáticos, morales y económicos: el punto de vista pragmático contribuye a la convivencia pacífica, el aspecto moral, protege la dignidad humana y fomenta la autonomía mientras que el ámbito económico, favorece el crecimiento mediante la protección de los derechos de propiedad y el libre comercio. A lo largo de la historia, sin embargo, ha sido criticado por diversos frentes.
Autores del Romanticismo discreparon de su visión empirista y calculadora. Los nacionalistas rechazaron su espíritu cosmopolita. Y los comunistas, amparándose en la defensa de la igualdad, instauraron Estados autoritarios con economías planificadas.
En la actualidad, Fukuyama no cree que el liberalismo se haya vuelto inservible, sino que ha generado descontento a nivel mundial debido a ciertas interpretaciones extremas de sus planteamientos originales.
Por un lado, el liberalismo económico se transformó en el llamado “neoliberalismo”. El autor señala que “una percepción válida de la eficiencia superior de los mercados se convirtió en una especie de religión que se oponía por principio a la intervención del Estado”. Esto generó rechazo porque la desregulación y la privatización no rindieron los frutos esperados en todos los países donde se aplicaron. Además, si bien la apertura al comercio internacional generó beneficios a nivel agregado, quienes resultaron perjudicados y no encontraron opciones de protección social en sus países culparon inmediatamente al liberalismo.
Por otro lado, la autonomía se absolutizó y dio paso a la llamada “política identitaria”. La cual, aboga por el reconocimiento de grupos sociales basados en características de identidad, como el género, la orientación sexual y el origen étnico. Pero también a menudo pone a estos grupos por encima de los individuos, limita las opiniones discrepantes y asume que ya no hay hechos, sino solo interpretaciones y “experiencias vividas”.
Tras este diagnóstico, Fukuyama presenta 5 propuestas para la supervivencia del liberalismo:
- Admitir la necesidad de un Estado capaz.
- Tomarse en serio el federalismo (o, en contextos no federales, transferir poder a los niveles inferiores de gobierno).
- Proteger la libertad de expresión.
- Defender la primacía de los derechos individuales sobre los de los grupos.
- Reconocer los límites de la autonomía humana.
Todas estas propuestas, según el autor, requieren moderación y capacidad de ceder, y son aplicables especialmente en el contexto estadounidense.
Finalmente, vale la pena destacar que Fukuyama no solo se hace cargo de las objeciones externas. También aviva el debate interno al señalar que defiende el liberalismo clásico y considera al libertarismo como una postura exagerada. Varios de sus planteamientos sobre el tamaño del Estado, la redistribución de la riqueza y la regulación del sector financiero entran en conflicto con aquellas posturas que sostienen que el Estado debe ser mínimo.
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