Cultura

Elogio de la palabra

Tras largas cavilaciones, me interrogo con honestidad. ¿Cómo podría yo, un vulgar articulista, de formación inconclusa y defectuosa, incapaz de tejer ideas medianamente ingeniosas y razonables, escribir un elogio de la palabra? ¿Cómo podría yo, alguien de dudosa respetabilidad intelectual y graves limitaciones, atribuirme facultades innatas mayores para redactar una alabanza de la palabra? ¡Cuánta discordancia irremediable encontrarán mis lectores!, entre el pretencioso título escogido y el intento de ensalzar las virtudes de las palabras.

En mi defensa, sostengo que he escrutado con rigurosidad el decreto délfico “Conócete a ti mismo”, y es precisamente por esa razón que expongo mis amargas advertencias. 

Las palabras dulcifican corazones apesadumbrados, reverdecen espíritus secos, revitalizan corazones marchitos, levantan ánimos desamparados y enternecen al embravecido, pero también, si las palabras están cargadas de sustancia ponzoñosa, pueden perturbar la mente y arrastrarla a los abismos infernales, lesionar interiormente dejando llagas incurables, o llenar de resentimiento el corazón y por tanto, predisponerlo a la envidia o a la venganza -según nos enseña el filósofo Max Scheler, en su obra cumbre El resentimiento en la moral (1927)-.

Naturalmente, la eficacia de las palabras, dependerán de la agudeza y destreza del escritor, y del orador, porque un discurso que no movilice las pasiones humanas y no estimule las facultades, será como un frondoso árbol, que da sombra, pero no alimenta. 

El célebre sofista Gorgias, dejó para la posteridad un escrito del que solo se conservan fragmentos. Elogio de Helena de Troya o Encomio de Helena (siglo V a.C.), lleva de título y fue compuesto con la intención de demostrar una tesis: Helena no es culpable, sino infortunada. Gorgias, defiende a Helena, quién se fue a Troya, persuadida por sublimes razones, siendo cautivada por las palabras de Paris. Dice Gorgias: “La palabra es un cuerpo pequeñísimo y totalmente invisible que, si es bien empleada, hace cesar el miedo, elimina el dolor, provoca alegría, arranca lágrimas e inspira ternura”. Según el filósofo griego, Helena no fue raptada, ni llevada violentamente; sino que, persuadida por el discurso de Paris, se enamora violentamente de él y vencida por el amor, abandona a Menelao, su legítimo esposo. 

La palabra, don precioso del hombre: Verdad incontestable que era sostenida siglos antes, por el escritor español Gaspar Melchor de Jovellanos, en sus Memorias sobre educación pública (siglo XVIII): “En efecto, el don de la palabra, uno de los más sublimes con que el Omnipotente enriqueció a la naturaleza humana”. La capacidad para emitir juicios, interrogar con vehemencia, hilar ideas -como si fuéramos expertos en el uso de la rueca argumentativa-, advertir errores en la construcción de las frases del adversario, fundamentar debidamente nuestras tesis, cautivar con estratagemas verbales, y superar con sutileza intelectual al oponente, son realidades y posibilidades exclusivamente humanas. En síntesis: son incontables las maravillas o las desgracias que pueden provocar las palabras, cuando son diestramente empleadas.

Deja un comentario

Your email address will not be published.

You may also like