Lejanos quedaron los principios libertarios, esos que Jefferson y Franklin establecieron como las bases de una Nación. La libertad de ser, pensar y decir corre el riesgo de ser destruida por la tipificación de lo que mal llaman “crimen de odio”. Negarse al totalitarismo woke podría ser delito y el sujeto perseguido. Si ocurriera en las democracias occidentales, qué se espera de naciones cuya raigambre cultural no es libertaria.
La pesadilla de Orwell no está tan lejos si todo el que rechace lo que crea es la decadencia moral será juzgado como perpetrador de un supuesto crimen de odio, es decir, asumir el libre pensamiento y la sinceridad como formas de vida o criticar u oponerse aún solo de palabra, podría significar la entrada a prisión. Si la crítica a los sesgos de Disney o la crítica a una forzada Ana Bolena afroamericana fueran condenables y si Internet controlara y mutilara las opiniones, el mundo daría fin a lo que dio fuerza a la evolución occidental tras un largo período oscurantista, el pensamiento libre, la libre crítica y la libre invención.
No sería un Giordano Bruno frente a la Inquisición laica, sino millones sometidos al error. Si se permite la debacle de la civilización y la deconstrucción de todo el discurso de Occidente (Derrida), será la hora cero de una sociedad que ha optado por la perversión de la verdad, del lenguaje, de la percepción humana.
En Canadá es posible que en un tiempo se exija la cadena perpetua por criticar la ideología de género, imputando al autor la calidad de “odiador”. Al margen de esa discusión y por encima se ubica el derecho a la crítica. Si combatimos a la tiranía castrista por arrasar la libre individualidad, ¿qué quedará como reducto de la libertad?
Como en Sentencia previa, una película de Spielberg que algunos recordarán, si alguien presume que otra persona va a cometer un ‘crimen de odio’ en sus redes en el futuro, podría recibir restricciones y hasta perder la libertad como castigo o prevención.
“Crimen de odio’” es una invención para facilitar el control social porque todo puede entrar en el cajón de sastre de nuestras antipatías presuntas; pero si he de querer, quiero; si he de ser incorrecto, lo soy porque me da la gana de escribir o hablar como bien me venga, porque me asiste el derecho, el derecho de equivocarme, de ser socialmente impuro, intransigente, arisco, auténtico, incómodo o tempestuoso. Si la corrección política es la depravación disfrazada de moral, que se me permita el gesto rebelde de ser genuinamente “inmoral”.
Abogado y escritor