La Escena

2 cuentos de Daniel Wiesse

¡Es miércoles de literatura en La Escena! Hoy te presentamos al escritor y compositor Daniel Wiesse.

Sobre el autor

Nació en Lima un 20 de septiembre de 1989. Desde sus primeros años, y motivado por su padre, incursionó en el dibujo, la música y la escritura, pasando por diversos talleres artísticos. En la adolescencia Vallejo llegó a sus manos y no dejó de viajar en la poesía. Luego de salir del Colegio Los Reyes Rojos, estudió música en la PUCP.

Sus poemas se transformaron en composiciones de rap y el hip hop se convirtió en su principal enfoque, a pesar de ser el punk rock su alma máter musical, al igual que el reggae -primer género que interpretó en vivo-. Posteriormente, estudió publicidad en el IPP y culminó su carrera en Buenos Aires, Argentina, en la USAL.

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Los gritos de una conciencia sucia 

Escóndete en los árboles para verla mejor. No dejes de seguirla. Puede verte. Agáchate. Ya no puede verte. Síguela. Evita pisar los charcos y ramas del camino. No puede escucharte. No hables. No hables. Mira abajo. Mira al frente. Acércate más. Salta hacia ella y tápale los ojos. Pregúntale quién eres. Abrázala. Sorpréndela. Sonríele.  Dile que está hermosa. Concéntrate en su mirada. Repite tres veces que la quieres. Dile que no volverá a pasar. Dile que sin ella la cama es una morgue. Escúchala. Suspira con mirada convincente. Bésala. Proponle conversar en tu carro.

Tómala de la mano, voltéala y dile que no puedes ni pensar en buscar a alguien que se parezca un poco a ella. Abrázala. Dile que sí, no pidas subir el volumen. Baja la ventana. Siente el aire de la noche. Cálmate. Disfruta la canción. No interrumpas el silencio. Responde que escoges no escoger nunca más y que ella lo haga siempre. Hazle cariño en la pierna. Contesta que tu familia está bien. Abre la puerta del carro. Sonríele. Dile que ese vestido le queda espectacular.

Abre la puerta del restaurante. Dile que escoja el sitio que prefiera. Llega a la mesa caminando lentamente. Arrima su silla, luego la tuya. Siéntate en el sitio del frente. Mira a la azafata. No le digas que tiene un cuerpo perfecto. No la mires más por debajo de la espalda. Pídele un lomo al vino, con un Jack Daniels Gentleman en las rocas. Dile a tu amor que tiene buen gusto y que ha hecho un muy buen pedido. Mírala enamorado. Dile que te ascendieron. Observa su reacción con detenimiento. Sonríe otra vez. Dile que eres un hombre sabio. Respóndele que ni que la belleza y la sabiduría tienen edad. Dile que desde hace un tiempo has querido preguntarle algo muy importante. Interpreta su expresión. Toma su mano. Es el momento. Pregúntale si quiere casarse contigo. Espera paciente su respuesta. No le digas que se apure. Párate indignado y sal del restaurante atropellando todo. No voltees. Que siga gritando. No pienses que está embarazada. Podría ser mentira.

Camina hacia tu carro. Abre la puerta. Enciende. Arranca. Retrocede. Deja de manejar tan rápido. Detente. Observa el movimiento del bar, parpadea las luces. Pide tres. Dale dos de cien. Míralo con intimidación mientras saca el vuelto. Recíbelo. Acelera. Avanza dos cuadras y estaciónate. Abre el primero. Consume. Mírate en el espejo. Sal del carro. Entra al bar. Lo de siempre. Pide que se apuren. Vuélvete a quejar. Voltea y acércate al baile de ella en el tubo. Mírala fijamente. Inclina tu vaso. Toma otra vez. Sal del bar. Llega a tu carro. Siéntate. Prende la radio. Ríndete. Llora. Sigue llorando. Abre la segunda bolsa. Consume. Todo para adentro. Acéptalo. Se fue. Disfrútalo.

Maneja a casa. Sube el volumen de la música. Gira a la derecha. Enciende un cigarro. Abre la puerta, mira a tu vecino. Responde su saludo. Salúdalo. Dile que ya le pagaste la renta. Contéstale que cuide sus palabras. Dile que deje de tomar así. Replícale que si no se calla lo vas a matar. Dile que deje de tomar así. Repítele que no hable de más de ella.  Corre hacia él. Esquiva su puñete. Jálale los pies y pon tus rodillas sobre sus hombros. Reviéntale el cráneo hasta perforarte los nudillos. No pares. Sigue. Mátalo. Límpiate la sangre salpicada de la camisa. Arráncale la botella de las manos y bebe de ella. Arrastra el cuerpo. No llores. Abre la puerta. Llévalo al sótano silenciosamente. Baja las escaleras con cuidado. Es hora del tercero. Apaga las luces. Prende un cigarro en la oscuridad. Sírvete otro trago desgarrador. Abre tu libreta de direcciones. Llama a tu hermano.

Pídele ayuda. Escúchalo. Anda al baño. Limpia el cadáver. Desvístelo. Anda a tu baño. Agarra la rasuradora. Regresa. Aféitale la cabeza. Entiende que todo es parar esconder la evidencia. No pienses en pensar. Tu corazón está acelerado. Es normal. Solo es otra vez más. Apaga el cigarro. Toma aire. Respira. Todo va salir bien. Responde al timbre. Respira profundo. Ábrele la puerta a tu hermano. Salúdalo. No le respondas mal. Te portaste mal. Lo sabes. Guíalo al sótano. No interrumpas su examinación. No pises el charco de sangre. No mates a tu hermano.

Obedece. Límpiate las manos. Sube el cuerpo a la patrulla. No manejes tú. Obedece. Calla. Abre la puerta. Baja el cuerpo. Cárgalo. Obedece. No mates a tu hermano. Todo va salir bien. No saludes al cajero del peaje. No lo mates. Enfría los nervios. Bien. No te conoce. Tu corazón se está acelerando. No te asustes por el sudor frío.  Respira. No pienses. Detén el auto. Pide ayuda para cargar el cuerpo. Asiente. Calla. Mira la hora. Observa si alguien te está mirando. Recuerda que estás drogado. No hables más.  No hay problema. No sientas miedo. Estás con la policía. Es tu familia. No pienses en ella. Siempre te habló mal. Siempre nos trató mal. ¿Somos amigos no? Y los amigos no se guardan secretos…sabes bien lo que estás por hacer, deja el pánico de lado. No lo pienses más. Hazlo. No te mientas. No me mientas. Ya sabes lo que hago contigo cuando estoy molesto. Debió morir antes de rechazarte. Sube el cuerpo a la rampa de la máquina trituradora. Cuidado con tropezar con el brazo que cuelga de la bolsa. Ella merecía morir primero. Deja de pensar en ella, ella no está aquí y se fue. Ocúpate de las manos. Mece el cuerpo con esfuerzo. Lánzalo. Obedéceme. Deja de mirar los restos de los autos aplastados. No sientas vértigo. No lo mires a los ojos. No le digas más. No le respondas a tu hermano.  Suéltalo. Deja caer el cuerpo. Aprieta el botón verde. Deja que la máquina destruya los restos. Agárrate bien de la baranda. Agárrate de algo. Mata a tu hermano. Pídele perdón. Pídele auxilio. Discúlpate.  Dile que no te pise las manos. Dile que no volverás a verla nunca más. Dile que piense en sus sobrinos. Dile que supere que ella ya no es su esposa. Vas a caer. Acéptalo. Sabías que no te perdonaría. Él es igual a ti. Él y yo, queremos matarte. Fue un gusto trabajar contigo. Muere. 

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Que no descanse en paz

Había tenido un accidente hacía unos días. Tenía un color amarillento, usaba lentes y zapatos nuevos. Esa navidad lo sentaron en la mesa y le preguntaron si tenía apetito. Él contestó imponiendo otro silencio carismático. Las viejas conversaban a gritos de sordera y carcajadas, las arrugas de la abuela parecían formar sonrisas en su rostro… –Estás callado últimamente David, pero eres todo un caballero, no creas que he dejado de pensarlo… tan guapo…- dijo la abuela cortando el humeante cordero asado, su hermano interrumpió y le dijo dándole un palmazo en el hombro – Tu silencio es un regalo-. David cayó al piso. Todos se alarmaron. El comedor estalló de gritos contra Felipe. Antonieta pudo concentrarse y tensar la lengua para ordenar que llevaran a David a descansar a su dormitorio. Fue llevado entre hombros arrastrando los pies como un fantasma. Lo acostaron con ternura. Timbró el teléfono del comedor. Nadie quiso contestar, nuevamente.

Era media noche y Antonieta dormía sobre el mantel. Sonó el teléfono de la sala. Despertó. Se reincorporó  arrastrando el brazo. Derramó dos copas sobre los restos míseros de comida. Arrimó su vestido negro y con la falda empujó una bandeja de plata que al caer pudo haber despertado a toda la casa. Todo ruido estaba muerto.  Asfixiaba ansiedad en la respiración. Logró subir todos los peldaños. Llegó al cuarto de David sintiendo un incendio. Al cruzar la puerta pudo ver a Margarita, la joven sirvienta sordomuda, con la cara entre las piernas de David. La luna atravesaba el ventanal alumbrando las hermosas nalgas pálidas de la sirvienta fogosa. Antonieta escuchaba y miraba hirviendo sangre a través del brillo rojo de sus ojos alcoholizados. Apoyada la entrepierna contra en el marco de la puerta entreabierta.  No podía evitar sentirse excitada por más que sea otra quien cumpla su sueño obseso. Seguía sonando el teléfono.

Dejó de sonar y Antonieta se sintió perversa. Regresó a la mesa. Se sirvió otra copa del champagne que ya estaba tan caliente como ella.  Encendió un cigarro. Lo fumó pacientemente volando las cenizas sobre la alfombra persa del comedor. Al acabarlo, Margarita se acercó a la mesa, recogió los platos y disparó una sonrisa malévola que hicieron temblar de deseos carnales los tímidos ojos de Antonieta. Intentó llevarla a su habitación pero ella le dijo que podía sola. Volvió a sonar el teléfono,  esta vez sí quiso contestar. Sin esperar un saludo dijo–Él está bien hijita, deja de llamar que ya me estás molestando, qué le habrás hecho que no quiere ni hablar contigo, olvídate de él, hijita- colgó inmediatamente. Volvió al comedor, volteó su silla contra el ventanal y contemplando la luna llena que alumbraba sus arrugas, intento disuadir la culpa que reprimía y negaba con otra copa caliente. Cayó dormida. A la hora del desayuno la llevaron a su lecho de reina vieja.

Mientras Antonieta era acostada, los perros empezaron a ladrar. Resonaba la campana de la puerta con desesperación, pero nadie atendió. Margarita le llevó el desayuno a David. Nadie pudo convencerlo de comer las tostadas que ya tenían la mantequilla derretida. Lo maquillaron muy bien. Luego fue escoltado hasta al sillón más cómodo de la sala. Lo esperaban con el periódico. Rompieron la puerta de la entrada. La policía rodeaba la casa. Ahí estaba la enamorada de David. Después de insistir tanto, por fin la escucharon en la comisaría y fueron a buscar el cuerpo. Ella había inferido que su abuela lo escondía. Encontraron a David como siempre;  limpio, con un peinado hacia atrás de brillante gel con sus gafas negras. Estaba sentado en la sala con el periódico en las manos. Muerto y contento. En una casa dónde el póstumo era el más cuerdo de la familia. Tan querido por los suyos, que la muerte no los separó, pero la ley sí.

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