La Escena

“Masacre” de Charlie Becerra

¡Es miércoles de novela en La Escena! Hoy te presentamos al escritor y colaborador de la casa, Charlie Becerra, quien comparte en exclusiva por ILAD Media un adelanto de su nuevo libro Masacre.

Sobre el autor

(Lima, 1989) Es autor de El orígen de la Hidra, investigación periodística sobre el crimen organizado en el norte del Perú.

Ha publicado las novelas Solo vine para que ella me mate, Cachorro, Bultos negros, entre otras. Es también autor de Gringasho, un perfil biográfico del sicario juvenil más sanguinario del Perú.

En 2021 integró la delegación oficial de escritores invitados a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara.

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Capítulo 1

Los ojos del fiscal adjunto Dany Espinoza Gonzales rodaron un par de veces más por el contorno polvoriento del  pedazo de carne que encontró en el suelo antes de darse  cuenta de que no se trataba de parte alguna de las vísceras  de un ave de corral, como creyó en un inicio. Si no de  un hallazgo directamente relacionado con el crimen que lo  había convocado aquella mañana en el centro poblado de  San Roberto: era el trozo inerme de una lengua humana.  Así se lo pareció también al técnico Yonny Mendoza, policía de Chao, del Departamento de Investigación Criminal  de Virú, que conocía la ruta hacia el caserío y que tuvo a  bien mostrársela al grupo de investigadores llegados desde  Trujillo.  

       Más allá encontraron unas gafas de montura dorada  y, a mitad de los veinte metros finales que los separaban de la casa de la familia Sánchez, parte de una prótesis dental. Prótesis que, se confirmaría después, fue arrancada de la  mandíbula de Lucas Sarmiento Vásquez, de 77 años, con el  mismo golpe de machete que le había mutilado la lengua. 

       El equipo siguió su camino hacia la escena del crimen, atravesando el cerco de curiosos que se había formado desde que oyeron los primeros gritos de auxilio de Edita Corro Ulloa. La mujer, quien hacía más de veinte años  trabajaba cuidando de los cuatro ancianos que vivían en la casa, fue la que encontró sus cuerpos alrededor de las seis de la mañana. Mientras tanto, el fiscal Espinoza recordó aquello que le dijo a su esposa el día anterior después de decidir que se quedaría en Trujillo a celebrar el cumpleaños de su tío, dejando encargado su turno en la fiscalía de Virú: «Ya volveré el lunes. No creo que mañana domingo pase  nada». Un vaticinio que le estalló en la cara al enterarse  de la masacre y cuyo reproche le pareció ver en los rostros  congestionados de dolor de los vecinos que tuvieron oportunidad de asomarse a través de las ventanas de la casa antes de que el área de terreno fuera precintada. Algunos incluso se atrevieron a ingresar por la puerta delantera, pero casi  nadie pudo soportar estar ahí por más de diez segundos. 

       Espinoza había recibido la llamada a las ocho, justo  cuando acababan de servirle un ceviche a modo de desayuno y con el que tenía planeado cerrarle el paso a una  eventual resaca producto de la celebración. 

       —Doctor —le dijo Mendoza al teléfono—, tiene  que venir urgente. Han matado a unos viejitos acá en San  Roberto, en Chao. 

       La noticia hizo lo que el ceviche no tuvo tiempo de hacer, otorgándole al fiscal una lucidez que solo es posible conjurar ante el llamado apremiante del deber. Se levantó  de la mesa, salió del restaurant y se puso en contacto con el  área de homicidios del Complejo Policial de Investigación  Criminal Capitán PNP Alcides Vigo Hurtado, en la ciudad de Trujillo, la jefatura más importante de la jurisdicción, y solicitó apoyo al jefe de la Tercera Región Policial,  el general Renzo Granados:  

       —Ya mismo le envío los peritos, doctor —prometió  el general y Espinoza le respondió que los esperaría en la  comisaría de Chao, cuarenta minutos al sur de donde se encontraba el fiscal en ese momento.  

       Más tarde llamaría también a su colega y superior inmediato, el fiscal provincial Joseph Quezada Sánchez para  que se sume al caso y lo ayude con las diligencias: de camino al lugar, con Mendoza nuevamente al teléfono, el fiscal Espinoza terminó de ponerse al corriente de la situación y supo que harían falta un par de manos más de parte del Ministerio Público: 

       —La señora de la limpieza llamó primero al hijo, después a serenazgo, y fueron los serenos los que se llevaron a la viejita al centro de salud en una camioneta. Ella es la única que ha quedado viva, quizá pueda darnos algún nombre. A los otros tres, a los hombres, les han dado de  machetazos. Es un baño de sangre acá, doctor. Peor que animales los han atacado —agregó Mendoza, y en su voz  fue posible advertir la cadencia derrotista de quien ya ha sido desbordado por el espectáculo de la violencia—. La  familia ya está por llegar, mejor que se apure. 

      Ahora, con un enjambre de sollozos a la espalda, observando las manchas de sangre que se iban haciendo más y más grandes conforme se adentraba en la atmósfera de muerte que exudaba la casa, el fiscal Espinoza sintió el alivio insignificante de llevar el estómago vacío.

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