El archiconocido detective habanero Mario Conde ha vuelto para la que es, en palabras de Leonardo Padura, su creador, la más policiaca de cuantas aventuras ha tenido desde su primera aparición, en 1991.
Afirmación con la que estoy completamente de acuerdo: antes, quizá, las primeras entregas de Conde me habían parecido centrarse un poco más en cuestiones distantes del enigma que conduce la trama (platos de comida, la omnipresencia del mar que rodea la isla, etc.). Sin embargo, en Personas decentes, a falta de un crimen por resolver, Padura nos entrega dos, cada cual en dimensiones temporales distintas.
El primero: el asesinato en 2016 de un antiguo represor del régimen socialista. El segundo: el cuerpo mutilado de una prostituta a inicios de 1900, crimen que tiene lugar dentro de una novela que el propio Conde está escribiendo. Exacto: una novela dentro de una novela, como una matrioshka rusa. Ambas tramas se entrecruzan, armando una jugada casi de laboratorio que tiene al lector intentando seguir las pistas de uno y otro asesinato. Hazaña que, desde mi humilde experiencia, no es fácil de conseguir.
Más allá de lo emocionante que resulta la novela, he de celebrar un par de aspectos también muy resaltantes. Por un lado, la solvencia con la que Padura modela sus personajes, seres entrañables cuyas actitudes, llegados a determinado punto de la historia, cuando se ha convivido lo suficiente con ellos, el lector puedo incluso anticipar. Por otro, el oído excepcional del escritor para hacer hablar a esos mismos personajes: uno lee sus diálogos y es como si los oyera conversar a sus espaldas. Esto me confirma algo que siempre he pensado: los mejores escritores son los que tienen el oído más aguzado.
TE PUEDE INTERESAR: “Los tres genios”, sobre la última novela de Jaime Bayly
Más allá de la calidad que entraña Personas decentes, también está la valentía de Padura para retratar Cuba en una dimensión verosímil. En especial si se tiene en cuenta que no ha abandonado la isla, que vive en la misma casa en la que nació y que fue construida por sus padres, a merced de las represalias que el gobierno pudiera ejercer sobre él. Es más: en uno de sus pasajes aborda el rol de los escritores serviles al régimen, unas líneas que me recordaron lo que escribí en mi columna pasada sobre quienes usan sus novelas como artículos de propaganda.
Sobre un escritor de aquellos, Padura escribe: Porque Miki, más que talento para escribir, tenía la capacidad plástica para que hicieran de él lo que se quería o se esperaba de un joven escritor de su momento. Pero en las más de treinta años transcurridos desde la publicación de su entonces celebrada y pronto olvidada novela (…) Miki solo había publicado dos libros de los que nadie habló porque nadie los leyó.
Leonardo Padura es todo lo que cualquier escritor de novela policial, o escritor a secas, debería aspirar a ser: fulminante, verosímil, honesto, valiente. Y decente, claro: lo suficiente como para reconocer el destino que les espera a aquellos escribanos domesticados por el poder y poner tierra (un isla entera) de por medio.
En ILAD defendemos la democracia, la economía de mercado y los valores de la libertad. Síguenos en nuestras redes sociales: bit.ly/3IsMwd8
Escritor