Otto Gross es uno de los primeros que se refiere al patriarcado, ve en él la fuente de todas las miserias. En 1908, con su texto La violencia paterna instala una explicación del sufrimiento desde la sumisión. Gross, anarquista, fundador de lo que llamaríamos las “comunidades hippies”, fue desarraigado del hogar y del psicoanálisis y lo será de todo hasta abrazar la pobreza.
Gross puso en cuestión a la familia deconstruyendo todo, cuestionó el matrimonio de dos, haciéndose partidario de la poligamia en nombre de la libertad absoluta. Eutanasia, liberación sexual, feminismo radical, relajamiento moral… lo que se reúne finalmente en la “contracultura”.
Estar en contra, ser la antítesis radical, ser reacción antes que propuesta es lo que ni a Gramsci se le habría ocurrido para destruir las bases culturales del capitalismo liberal y sus instituciones; pero Gross cayó en su propio juego, se hizo adicto, bebedor excesivo y hacedor de su propia destrucción. Él mismo es una alegoría de lo que sería la decadencia de Occidente bajo la anarquía. Bataille sugería que el placer desenfrenado conducía al vacío y que las dosificaciones adecuadas de placer pleno llevan al bienestar. La decadencia romana ligada al desenfreno se aprecia bien en Romanos en la decadencia (1847), óleo lienzo de Thomas Couture en el Museo de Orsay, en París.
El vacío es la prescindencia de la razón moral. Simone de Beauvoir era partidaria de la pedofilia, practicante del matrimonio abierto con Sartre; valga el horror vacui, pero cuando no hay referentes hay vacío y caída. Beauvoir firmó una carta para la liberación de tres pedófilos en 1973, no solo abogó, sino que buscaba la legalización de las relaciones sexuales con niños. No extraña que saciara sus instintos con sus estudiantes adolescentes mujeres.
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Gross y Beauvoir quebraron los pilares del orden “patriarcal”. Libertad, anarquía, caos, todos contra todos para dar curso a la deconstrucción de la institucionalidad familiar.
En parte como el “contrato coital” del mundo árabe, en el derecho romano el matrimonio tiene su origen en el poder de la mujer que deriva de matris o “madre” y munium, que es el cuidado que ofrece la madre al hijo. En la tradición romana la madre tiene poder porque tiene el cuidado, mientras que el hombre provee y su provisión dentro de la dinámica capitalista le ofrece otra forma de poder, la dependencia económica de su núcleo familiar. Formar familia no debe ser acentuar estos dominios, sino conciliarlos; conciliar allí donde el marxismo cultural pretende conflicto.
El problema actual es que hay tantos matrimonios como divorcios al año. Se reportan datos importantes de violencia intrafamiliar e infidelidad como causa prevaleciente de las separaciones, lo que añade cuestionamientos a una institución que es la primera instancia de aprendizaje socioemocional.
Que las familias estén en crisis por ausencia de compromisos no supone que la institución esté en crisis. Dada su trascendencia como base de la educación sentimental, conviene que la familia sea objeto de políticas públicas desde un ministerio. No hacerlo es dejarse llevar por el vacío anarquista y los argumentos en contra de la institución familiar.
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Abogado y escritor