El 28 de julio de 1821, desde un balcón de la plaza de armas de Lima, José de San Martín proclamó la independencia del Perú ante un pueblo agradecido e ilusionado por su futuro. Días antes, los españoles habían abandonado la ciudad ante la inminente llegada del ejército patriota. Al menos esa es la idea más arraigada en el imaginario popular peruano. Sin embargo, los hechos no fueron como se enseña en los colegios, ni como en el icónico cuadro de Juan Lepiani.

Para empezar, San Martín no proclamó la independencia del Perú desde un balcón, sino desde una tarima instalada en la plaza de armas. Esa fecha, además, proclamó la independencia en otras tres plazas de la ciudad, excluyendo la plaza San Martín, construida por Leguía cien años después. Lo del balcón fue en Huaura, en noviembre de 1820. Tampoco el discurso de “libres e independientes por la voluntad general de los pueblos…” debe haber sido con acento argentino, ya que, de los 43 años que San Martín tenía entonces, había vivido más de 26 en España.
Estos detalles, que pueden parecer menores, son un ejemplo elocuente de hasta qué punto la idea que se tiene de la independencia dista de la realidad histórica. Aún más relevante es la idea del “ejército español” contra el “ejército patriota”. Yo prefiero llamarlos por sus verdaderos nombres: el Ejército Real del Perú y la Expedición Libertadora del Perú.
Veamos, ese supuesto “ejército español”… ¡estaba integrado por peruanos! Los nacidos en la España peninsular eran la minoría en esa fuerza. Como dato interesante, en 1814, durante el virreinato de Fernando de Abascal, tropas del Ejército Real del Perú zarparon del Callao e intervinieron en Chile. Estas fuerzas, junto a realistas chilenos, restablecieron la obediencia a la corona en dicho territorio tras la batalla de Rancagua.

Con respecto al “ejército patriota” liderado por San Martín, si bien había ido reclutando gente local, era una fuerza organizada en Chile, e integrada principalmente por chilenos y argentinos. ¡Es más! La bandera con la que llegó San Martín es prácticamente igual a la de Chile, solo que con tres estrellas.

Al igual que Cáceres unos sesenta años después, el Virrey José de La Serna optó por resistir desde la sierra a un ejército que, venido de Chile, había ocupado Lima. La Serna estableció la capital del virreinato en el Cusco, lugar estratégico por su difícil acceso y, sobre todo, porque la sierra sur del Perú y el Alto Perú (Bolivia) eran territorios furibundamente realistas.
San Martín ocupó una Lima desabastecida y desguarnecida, que poco antes había sufrido una epidemia con cientos de muertos. Por ello, la principal autoridad dejada por el virrey, el octogenario marqués de Montemira, envió una carta a San Martín “invitándolo a entrar en la ciudad para que impusiera el orden”.
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El plan del libertador era el establecimiento de una monarquía constitucional independiente de España, o sea, que los peruanos fueran gobernados por otro rey, pero el Ejército Real del Perú se lo impidió. Asimismo, la mayoría de independentistas peruanos preferían una república. Durante su gobierno, San Martín tuvo como ministro a un personaje siniestro, Bernardo de Monteagudo, quien fue implacable con cientos de vecinos de Lima.
Asimismo, lord Cochrane, el jefe de la escuadra con la que había llegado la Expedición Libertadora del Perú, fuerza naval perteneciente al gobierno de Chile, se sublevó a San Martín y robó los fondos públicos del Estado peruano independiente. Dichos fondos, provenientes de confiscaciones del gobierno de San Martín, estaban depositados en una goleta en el Callao. La excusa de Cochrane fue la falta de pago a sus hombres.

Tras la partida de San Martín, otra fuerza extranjera, esta vez integrada por colombianos y venezolanos, llegó al Perú bajo el mando de Simón Bolívar, quien asumió el mando como dictador. Bolívar creó el llamado Ejército Unido Libertador del Perú, fusionando sus fuerzas con las del Perú independiente y reclutando -incluso a la fuerza- a muchos peruanos humildes.
El Ejército Unido Libertador del Perú, tuvo más venezolanos y colombianos que peruanos, mientras que el Ejército Real del Perú, como lo había sido desde su creación, estuvo integrado principalmente por peruanos, con unos cientos de españoles, y algunos argentinos, bolivianos y chilenos que se mantuvieron fieles a la corona. En 1824, finalmente, los llamados patriotas vencieron a ese “ejército español” en las batallas de Junín y Ayacucho, consolidando la independencia de Sudamérica.
Poco después, Bolívar, quien ya había separado al Perú de Guayaquil, aprobó la separación de la “República de Bolívar” (Bolivia) del Perú. Asimismo, el libertador trató de imponer una constitución que lo posicionaba como “Presidente vitalicio” y cobró los gastos de guerra por habernos independizado. De 1828 a 1829, el Perú tuvo guerra con Bolívar.

¿Es antipatriota recordar estos hechos el 28 de julio? Para nada, porque el verdadero patriotismo pasa por conocer nuestro pasado, alejándonos de narrativas románticas y superficiales que nada tienen que ver con la realidad histórica. Son precisamente esas narrativas, las utilizadas por quienes impulsan agendas liberticidas y empobrecedoras, demagogos que además azuzan a turbas que enarbolan otras banderas, impidiendo incluso el izamiento de la Bandera Nacional.
Que banderas rojas, rojas con negro, negro con blanco y wiphalas predominen en las manifestaciones, evidencia que hay MUCHO trabajo por hacer, y que urgen políticas públicas enfocadas en enseñar la historia y promover la educación cívica en el Perú. Reflexionemos de manera crítica sobre el pasado y difundamos nuestra verdadera historia, hacerlo servirá de antídoto contra el populismo. ¡Viva el Perú! ¡Arriba nuestra Bandera! ¡Y Felices Fiestas Patrias!
En ILAD defendemos la democracia, la economía de mercado y los valores de la libertad.
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