Un evento que recuerdo de mi etapa escolar es cuando me dejaron de tarea memorizar frases célebres del Perú. ¿Quién no recuerda el aclamado “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”, de nuestro coronel Bolognesi? ¿o el memorable “Si mil vidas tuviera, gustoso las daría por mi patria”, de José Olaya?
Traigo esto a colación porque no me sorprendería que en un futuro aquella tarea incluya alguna variación de la siguiente frase, que resuena diariamente por las calles y hogares peruanos: “En todos lados hay corrupción”.
Frase que con justa razón se ha vuelto típica para el peruano, ya que representa el malestar que ocasiona aquel cáncer social. Ese enemigo intangible que conspira desde las sombras y que transita con carta libre, frenando el ritmo de nuestro desarrollo, empobreciendo a nuestras familias.
Un perjuicio que va más allá de intuiciones y sospechas, sino que ha quedado registrado por datos que nos permiten conocer y contextualizar el gran daño que este vil enemigo nos ocasiona.
No es un asunto menor que la cifra de recursos públicos perdidos por culpa de la corrupción, para el año pasado, haya estado estimada en 24.419 millones de soles, cantidad suficiente para saldar la brecha de pobreza monetaria del mismo año, no una, sino dos veces.
No debe perderse de vista que esta cifra abarcó el 13.4% del gasto total consolidado de ese año; o que, para la fecha, hay más de 40 mil proyectos de inversión sin ejecutarse. La mayoría (32.578) están a cargo de gobiernos locales.
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Y tampoco se debe pasar por agua tibia la casi inamovible tasa de pobreza en regiones como Puno, cuando el canon minero se ha duplicado entre un año y otro.
Estos son algunos de los ejemplos que se pueden tener a la mano para refutar a aquellos que señalan que la principal causa de la pobreza en nuestro país es la falta de dinero. Datos objetivos que refuerzan el espíritu de este escrito: señalar a la corrupción como el motor de la desigualdad.
Inclusive, si a estos le añadimos los casos y noticias del día a día, que nos dejan un amargor y sensación de malestar –aunque cada vez menor porque nos hemos ido acostumbrando a estas–, la contribución de la corrupción a la falta de desarrollo del país se hace evidente por sí misma.
Guardamos todos una gran responsabilidad, directa e indirecta, para frenar los avances de esta enfermedad en nuestra sociedad. Desde lo micro, hasta lo macro; desde la corrupción en nuestros centros de estudio y trabajo, hasta los más altos niveles de poder político.
Solo de esta manera, cultivando conciencias y construyendo poder desde abajo hacia arriba, y no de otra forma, podremos labrar un futuro mejor para nuestro país.
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Estudiante de economía