Perú e Israel han mantenido fuertes relaciones desde el comienzo. Y no digo desde la fundación del Estado de Israel, sino incluso desde mucho antes. Durante la colonia el Perú recibió fuertes migraciones de judíos, las cuales han tendido a ser subvaloradas, porque la Santa Inquisición obligó a muchos de ellos a ocultar su verdadero origen. Estas migraciones continuaron luego de la independencia del Perú, a principios del siglo XX, durante la Segunda Guerra Mundial, etc. Perú incluso envió tropas a Israel en los años setenta como parte de las fuerzas de paz de la ONU. Israel, por su parte, ha colaborado fuertemente con el Perú en distintos sectores, como la agricultura -área en la que Israel cuenta con tecnología de punta-, salud y educación.
Ni qué decir de la relación comercial que hemos mantenido con Israel más recientemente. A simple vista parecería que salimos perdiendo, porque es deficitaria en contra de nosotros. A diferencia de otros países desarrollados con los que comerciamos, importamos más de Israel de lo que les exportamos. No obstante, hay que ir al detalle de lo que importamos para entender por qué nos conviene mantener esta relación.
A pesar de que Perú tiene considerablemente más superficie que Israel (1,285 mil kilómetros cuadrados versus 22 mil kilómetros cuadrados) y que tenemos considerablemente mayor población (33 millones de habitantes versus 9 millones), ellos tienen un PBI que es casi el doble que el nuestro (US$489 miles de millones versus US$245 miles de millones). Y su PBI per cápita es más de cinco veces el nuestro (US$52 mil versus US$7 mil). ¿Cómo es eso posible? Pues por la tecnología. Israel ha apostado su futuro en el desarrollo de tecnología de punta en distintos sectores. Eso se ve reflejado en la estructura de las importaciones de ese país al Perú.
Entre el 2018 y el 2022, la diferencia entre las exportaciones a Israel y las importaciones de ese mismo país ha estado entre US$60 millones y US$84 millones a favor de Israel. Las importaciones provenientes de Israel han estado entre US$70 millones y US$100 millones. No obstante, hay que considerar que no hemos estado trayendo bienes de consumo. O sea, no hemos estado importando cosas para ser consumidas directamente y competir con producción nacional. Por el contrario, hemos estado trayendo bienes de capital e insumos para producir otras cosas. No solo eso, sino que los principales productos que hemos estado importando de ese país son de alta tecnología. Es decir, cosas que le permiten a nuestras empresas ser más competitivas.
En el 2022 nuestro producto más importado de Israel fueron reactores nucleares por US$33 millones. Cuando nosotros hagamos reactores nucleares, podremos hablar de cortar relaciones comerciales con un país con el que tenemos tanta historia, el cual tan abierto ha estado a retribuir la buena disposición que tuvimos de recibirlos cuando estaban en momentos difíciles. Ellos tienen la tecnología, nosotros la necesidad de mejorar la productividad de nuestros trabajadores -lo cual se logra, entre otros medios, con más tecnología-, la urgencia de retornar la senda hacia la competitividad -lo cual también se logra, entre otros medios, con más tecnología-, la voluntad de modernizar el agro -lo cual se hace exclusivamente con más tecnología-, etc, etc.
En ese sentido, incluso desde el punto de vista meramente utilitarista no tiene ningún sentido estarse alegrando por la incursión terrorista de Hamás en el territorio israelí. Ni qué decir de la decencia humana. Aunque, por supuesto, buena parte de la izquierda peruana ya ha dejado en claro en el pasado que está del lado de Sendero Luminoso y de otros movimientos terroristas locales (ah, pero eso sí, no terruquees). No debería sorprender que salten a justificar las atrocidades que hasta el “left-wing” Bernie Sanders en Estados Unidos y el descendiente de palestinos Nayib Bukele salieron a condenar.
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Economista