No es un secreto que la pornografía puede generar efectos adictivos y peligrosos. El cerebro, al ser bombardeado constantemente con dopamina, busca estímulos cada vez más intensos para lograr la misma satisfacción. Esto lleva a muchos consumidores a una búsqueda insaciable que no conoce límites. Pero, ¿puede esta industria, que va más allá de lo espiritual y emocional, convertirse también en un arma política?
En la política, como en cualquier ámbito de poder, es esencial contar con estrategias que aseguren resultados. A veces, estas estrategias no son tan evidentes ni pacíficas como parecen, y aquí es donde la influencia sobre el comportamiento humano juega un rol crucial. ¿Qué pasaría si la pornografía, una industria multimillonaria, fuera una de esas herramientas de control?
La psicología moderna y las ideologías contemporáneas han abierto las puertas a una liberación sexual que ha permeado cada aspecto de nuestra vida. Desde el arte y la moda hasta la educación y el cine, la sexualidad parece estar en el centro de todo. Pero detrás de esta “libertad de expresión” se esconde un mecanismo más sutil: el control. Lejos de liberarnos, nos ata a intereses y agendas ocultas.
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La pornografía, al despertar lujuria, como cualquier pasión termina cegando al consumidor. Un enemigo cegado es más fácil de manipular, y si añadimos que afecta las áreas del cerebro encargadas de la motivación y la toma de decisiones, es claro que estamos ante un problema mayor. En este escenario, el consumidor se convierte en una marioneta, incapaz de resistir las influencias que lo rodean.
El escándalo más reciente que sacudió a internet involucra al famoso rapero Sean «Diddy» Combs. En 2018, Jonathan Oddi, un ex-stripper y actor porno, protagonizó un tiroteo en el hotel Trump National Doral. En sus declaraciones, mencionó que él y su novia de ese momento, Cassie Ventura, tuvieron relaciones sexuales con el rapero y otras figuras musicales en unas fiestas que este último organizaba, a cambio de $ 1. 25 millones.
Hace poco, Diddy volvió a los titulares debido a múltiples denuncias de abuso sexual y consumo de drogas en estas mismas fiestas. La trama se oscurece aún más con la muerte de Kim Porter, exesposa de Diddy, quien estaba por publicar un libro revelador sobre las actividades del rapero.
El músico Rodney Jones Jr. también acusó a Diddy de drogar a los asistentes de sus fiestas sin su consentimiento, mientras que celebridades como Justin Bieber han sido vistas en situaciones extrañas durante estos eventos. Todo esto apunta a una red mucho más compleja de manipulación, en la que incluso las estrellas más grandes parecen ser piezas de un juego más grande.
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Y no se trata solo de la industria musical. Los políticos también se han visto envueltos en escándalos relacionados con la sexualidad y la pornografía.
Un caso notable es el de Mark Robinson, vicegobernador de Carolina del Norte, quien ha sido objeto de varias investigaciones por parte de CNN debido a comentarios que realizó en 2012 en un sitio web de contenido pornográfico, en los que se autodenominaba ‘nazi negro’ y expresaba su apoyo a la reinstauración de la esclavitud.
De manera similar, destaca el escándalo de sexting que involucra a Robert F. Kennedy Jr. y a Olivia Nuzzi, reportera de la revista New York, en el cual Kennedy admitió que se trataba de una relación de carácter emocional y digital, sin contacto físico.
Lo que en un principio parecía una liberación, terminó costándoles caro: la libertad, la reputación y, en algunos casos, su carrera política.
La pornografía, al igual que otros mecanismos de influencia, tiene el poder de moldear nuestras decisiones y, al final, nuestras vidas. Lejos de ser una simple forma de entretenimiento, se ha convertido en una herramienta de poder, capaz de controlar tanto a sus consumidores como a los que están en el centro de los escándalos.
Así, la pregunta que nos queda es: ¿quién está realmente en control? ¿Nos liberamos al ceder a nuestros deseos o nos convertimos en esclavos de ellos? En un mundo donde todo parece girar en torno a la gratificación inmediata, es más necesario que nunca recuperar la razón y no dejarnos llevar por las pasiones que, lejos de liberarnos, nos encarcelan.
Bachiller en derecho