La línea patriota, conservadora, proteccionista y antagónica a la Agenda 2030, del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donal Trump, representa un hecho repulsivo para los plutócratas globalistas que tientan el poder de la censura y el adoctrinamiento mundial. La cultura woke, basada en la irracionalidad y en un tergiversado imaginario colectivo, alimenta cada vez más la repulsión del sentido común ciudadano.
Desde personajes abiertamente transexuales, relaciones adolescentes gay, forzada inclusión racial y hasta una serie satanista, plagada de rituales con escenas grotescas, , componen la lista de series y películas de entretenimiento creadas por Disney, destinadas al público infantil. Por supuesto, muy lejos de generar inclusividad y conciencia social por la falsa diversidad, han ido rebalsando el vaso del hartazgo popular.
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Entre la lista de películas polémicas de Disney se encuentran Lightyear, el primer filme de la compañía que incluyó un beso homosexual y generó pérdidas de hasta 106 millones de dólares; Strange World, cuya trama central giraba en torno a una historia de amor entre dos adolescentes gays, considerado uno de los mayores fracasos de taquilla y que, según un informe de Deadline, ocasionó pérdidas cercanas a los 200 millones de dólares para el estudio; y La Sirenita, que modificó al personaje icónico de la versión animada para promover agendas forzadas de diversidad, resultando en pérdidas de 20 millones de dólares.
Como la cereza del pastel, Disney, lejos de aprender de los fracasos económicos de sus películas y series pro-LGBTQ, lanzó en 2022 la polémica serie animada Niña del Demonio. Este proyecto, cargado de simbolismo satánico, incluye escenas de desnudos, rituales ocultistas y violencia gráfica, desatando una oleada de críticas por ser considerado una burla abierta a los valores que promueve la moral cristiana. La alineación de la compañía con agendas políticas y la militancia woke, experta en destruir, parecen estar acelerando su decadencia económica y el distanciamiento de su audiencia tradicional.
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El ascenso de Trump ha marcado un golpe decisivo en la batalla del Partido Republicano contra la agenda progresista del Partido Demócrata. Esta confrontación quedó evidenciada en el juicio político liderado por el gobernador de Florida, Ron DeSantis, en contra de Disney, tras el incumplimiento de la «Ley de Defensa de los Derechos de los Padres en la Educación». Esta normativa busca proteger a los menores del adoctrinamiento ideológico en las escuelas. Como resultado, se retiró la exención de impuestos que Disney había disfrutado desde 1967, y la administración del área geográfica del gran parque de Orlando pasó a manos de un comité de tendencia conservadora designado por el gobernador DeSantis.
Ante este panorama poco alentador, la industria ha optado estratégicamente por cambiar de rumbo. Bob Iger, actual CEO de Disney, ha declarado abiertamente que la empresa implementará cambios significativos. En un intento por sobrevivir a la administración de Trump, la compañía promete enfocarse únicamente en “entretener” y “no guiarse por una agenda”. Como primer acto de compromiso, han cancelado la serie “Win or Lose”, cuya trama giraba en torno a una historia transgénero, abandonando así la intención de influir en el mundo mediante banderas arcoíris e imposiciones ideológicas.
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En la misma línea, el CEO de Meta, Mark Zuckerberg, admitió indirectamente que sus plataformas —Facebook, Instagram y WhatsApp— cuentan con herramientas que pueden atentar contra la libertad de expresión. En este contexto, anunció que se eliminarán los famosos “fact-checking” en las redes sociales, dejando en manos de los propios usuarios la decisión de determinar qué es verdad y qué no. En síntesis, la Fundación Bill y Melinda Gates, la Fundación Ford y la Open Society Foundation de Soros, principales fundaciones “filantrópicas” que desde el inicio de la pandemia han destinado millonarios fondos a los “fact-checking”, ya no tendrán el control absoluto para censurar información contraria a los intereses globalistas.
El giro inesperado de Meta y Disney, dos de las principales fuerzas impulsoras de la Agenda 2030, los derechos LGBTQ y la censura política, deja más preguntas que respuestas. En enero de 2024, en la última cumbre anual del epicentro del globalismo, el Foro Económico Mundial, se delinearon nuevos objetivos globales: la regulación de la inteligencia artificial y el control de la desinformación en las redes sociales. El Foro instó a una cooperación internacional entre gobiernos y gigantes tecnológicos para sofocar cualquier voz disidente en las plataformas digitales, una estrategia que podría marcar el comienzo de un control aún más férreo sobre el discurso mundial.
La agenda globalista nunca descansa; sus ansias por el poder y la gobernanza mundial se reinventan constantemente con nuevas estrategias. La administración de Trump, con su firme oposición a la Agenda 2030, ha marcado un punto de inflexión. Ahora, bajo el renovado «Pacto para el Futuro» en la Cumbre del Futuro, los objetivos globalistas se han extendido hasta 2045. Ante este panorama, surge una pregunta crucial: ¿el giro de Disney y Meta es simplemente una jugada económica o una respuesta política, o hay algo más profundo, un cambio genuino de convicción? Y lo más inquietante de todo: ¿hasta cuándo durará este aparente giro, antes de que regresen a los intereses de sus amos globalistas?

Comunicador Político