Soy liberal por pragmatismo, porque funciona y porque el capitalismo liberal ha reducido la pobreza en el mundo; o lo soy por principios de justicia natural. Qué dogma determina que otro se superponga a la autoridad que tengo sobre mí mismo o qué justifica mi obediencia. Al margen del colectivismo del contrato social que Rousseau lanza como una tesis, todo en la vida es una convención para no matarnos entre todos, para funcionar socialmente, homo homini lupus. La autoridad del Leviatán, bestia bíblica que Hobbes la cree redentora, nos salta al frente porque el hombre es naturalmente instintivo y malvado. “El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe”, decía Rousseau en lógica tan inversa como equivocada.
Soy liberal porque desconfío de lo que se me impone, del Estado en lo que tiene de succión, delo que tiene de coerción contra los ciudadanos pacíficos. Si el Estado existe es por mínimos necesarios, de allí la idea del gobierno limitado y de las garantías que el constitucionalismo erige frente a mí como muralla. Soy liberal porque tengo un proyecto de vida y lo quiero sin obstáculos alevosos, o porque no tengo un proyecto y es mi derecho andar a la deriva o en la sosegada inercia del Tao.
Soy liberal porque entiendo como Kant, que la moral existe porque existe la libertad. El bien y el mal, la maldad y la santidad no serían posibles en coacción y supervigilancia, no seré bueno con un dron en mi espalda, tampoco el miedo me hará ruin.
Soy liberal porque asumo que el miedo es el peor enemigo de la libertad y nada es más repelente que vivir a salto de mata, en una tiranía, en un abigarrado juego de criminales, en circunstancias que están fuera de mi control, al borde siempre del despeñadero. Soy liberal porque por la libertad el sujeto se expresa, rebelde y franco. Sin libertad de expresión somos inertes, sin libertad de pensamiento estamos muertos.
Soy liberal porque quiero producir sin trabas y consumir con elección. Lo soy porque creo que el comercio es tan convención como el lenguaje. Soy liberal porque me alegro de la prosperidad del otro, a fin de cuentas, una victoria de la libertad.
Soy liberal porque elijo y entre mis elecciones hay pequeñas cesiones de libertad, porque ella también cede por el bien mayor. Por ello, la garantía de la diversidad de culto, de la formación o no formación de familias, de la disposición de lo que es solo nuestro y el impedimento de liquidar lo que no es nuestro, la vida, los bienes, la estima.
Soy liberal porque entiendo el egoísmo consustancial al hombre. Cuando este sufre por los problemas de un ser querido, es egoísta; quiere resolverlos porque a él le hacen sufrir. El amor es una manifestación del egoísmo y el egoísmo es voluntad pura, como en Schopenhauer. Soy liberal y no por abrazar a Epicuro o a Aristipo, también me rige el estoicismo de Epicteto, la supremacía de la virtud en Sócrates. Declaro mi supremo derecho a gozar o no gozar, a privilegiar lo celeste sobre lo terreno…o a la inversa.
Quizás la ficción nos haya representado la suprema felicidad de los universos vigilados y restrictivos como en Un mundo feliz, de Huxley; o 1984, de Orwell; más no hay tramas tan deshumanizantes que los totalitarismos. El socialismo y el fascismo, expresiones colectivistas y estatistas, son el drama empobrecedor y genocida de una sociedad que suele renunciar a la libertad por temor, debiendo ser su imperativo todo lo contrario.

Abogado y escritor