El totalitarismo es un tipo de monocracia o dictadura, que, a diferencia del autoritarismo, influye en todos los aspectos de la vida humana. Como ejemplos más resaltantes tenemos a la Alemania nazi, la Italia fascista y la URSS, cuyos gobiernos se caracterizaron por tener el control desde lo económico hasta el ocio de la población. Sin embargo, a los anteriores podríamos llamarlos como “totalitarismos explícitos”. Los nombro con esta singular denominación para hacer alusión a que estos totalitarismos fueron claros en sus propósitos y tenían una simbología clara —como los símbolos fascistas y soviéticos, o el saluda nazi—, que les permitieron ser reconocidos a simple vista. No obstante, durante el presente siglo se ha manifestado una versión totalmente diferente, ya no con una noción de clase, nación o raza, sino una que aboga por la “diversidad, igualdad e inclusión” y que actúa de forma silenciosa, esta es el progresismo.
El progresismo no es una ideología ni mucho menos un movimiento concreto, es más bien un conjunto de movimientos con diferentes objetivos, pero con dos características en común: “la diversidad” y la censura contra los disidentes. Suena paradójico que movimientos pregonen la diversidad y respeto a las opiniones distintas, terminen por censurarlas y atacarlas, y es aquí donde se va a centrar el tema principal de este artículo. Si bien el progresismo posmoderno ha surgido recientemente, su expansión ha sido y es de manera muy exponencial, llegando a esferas de la vida humana nunca antes pensadas. Ahora bien, ¿cómo podemos explicar que un movimiento que no es unificado, sino que integra diferentes movimientos, ha logrado su expansión de una forma imperceptible? Pues esto es debido a un punto fundamental: Su componente silencioso capaz de infiltrarse en las esferas de la sociedad y que no requiere ser explícito como lo fueron los totalitarismos de antaño.
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Esta infiltración se puede dar en el aspecto educativo —la introducción de la ideología de género en las escuelas, la educación sexual integral y el lenguaje inclusivo—, en el político —con las llamadas cuotas de género y políticas públicas en beneficio de sectores progresistas—, en el económico —con la regulación estatal, altos impuestos y subsidios—, en el social —abogan por un rol paternalista estatal, un estado benefactor preocupado por las necesidades de “minorías marginadas” y un ataque hacia instituciones como la familia y el matrimonio—, y en otros más que componen una lista casi infinita. Como podemos ver, el progresismo, además del rol que tiene en la sociedad, también se ha infiltrado en la vida de cada persona, cumpliendo así con la característica que atribuye Joseph Valles a los regímenes totalitarios, solo que estas no reconocen que están siendo influenciadas, por lo que actúan y piensan como si fueran libres, algo completamente fuera de la realidad.
La censura es un aspecto muy importante que caracteriza a los regímenes totalitarios, y el progresismo lo cumple a carta cabal. Con el surgimiento de las redes sociales, el progresismo y sus distintas variantes, han sabido cómo ejecutar la censura a su favor y así poder silenciar, coaccionar y eliminar discursos opositores a su narrativa dominante, por ejemplo, esto ha pasado con creadores de contenido de derecha e incluso con expresidentes como Donald Trump, al cual le cerraron su cuenta de Twitter. Esta persecución a opositores no es nada nuevo, en la Alemania nazi y otros regímenes totalitarios, hacer esto con los opositores era algo muy común, a tal punto que incluso los llegaban a recluir en campos de concentración, o aplicarles la pena de muerte, los cuales son actos repudiables que, en la actualidad, incluso los progresistas ni lo usarían. Es por esa razón que los progresistas al ser expertos en lo sigiloso y persuasivo recurren a crear narrativas temáticas como el llamado “discurso de odio”, “machismo heteropatriarcal”, “xenofobia”, “homofobia”, “negacionista” y el término más usado y que incluye, según su lógica, a todos las demás, “FASCISTA”. En consecuencia, se ha formado una intolerancia hacia sectores que opinen en contra de estas narrativas e incluso solo por el hecho de no tener una opinión y preferir ser imparcial, los progresistas igualmente ejercen un ataque hacia esas posturas, con argumentos vacíos y que solo apelan al sentimentalismo, por lo cual, se está normalizando que la población acepte sus postulados sin rechistar ni reclamar.
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Como conclusión, quiero afirmar que el progresismo sí es un totalitarismo contemporáneo y sutil, pues influye en la vida humana, censura y persigue a opositores, promueve una intolerancia que se refleja en sus discursos vacíos, sin fundamento y solo ataques. Una reflexión que nos deja este artículo es pensar en cómo el progresismo ha logrado de manera sutil infiltrarse en la sociedad, siendo su actuar normalizado, principalmente por los jóvenes. Países como Francia, España, Canadá y Alemania han caído bajo las garras del progresismo, donde han destruido la identidad, cultura y valores de estas naciones sin siquiera mostrar de esta destrucción años atrás, y países como EE. UU., y naciones de Hispanoamérica se están dirigiendo a ese camino, todo por el nombre de la “diversidad, igualdad e inclusión”.
Estudiante de Ciencias Políticas