Cada extremo genera su contrario. El auge de las izquierdas produjo que muchos liberales se corrieran a la derecha para defender ya no solo la libertad, sino la civilización. Frente a fenómenos catastróficos como Perú Libre y Pedro Castillo, pensar solo en libertades civiles era “tibieza” y había que activar la dialéctica.
Toda la izquierda (en todos sus matices) prefirió adherirse a Pedro Castillo y simplificó los términos llamando “fascismo” a todo lo que fuera derecha; pero el fascismo es colectivista y estatista; “facho” es, en realidad, el comunista que no entiende que la inspiración ideológica de Mussolini fue el socialismo. Los conservadores, por su lado, temerosos de ser llamados “fachos”, se escondieron en posiciones ambiguas y temerosas. Nadie en el Perú, salvo la izquierda radical, se define como lo que es.
Bien valdría leer El deportado, de Federico Prieto Celi (Penguin Random House, 2023), que nos presenta a Eudocio Ravines, un hombre que no sólo se confesaba como converso de derecha, tras haber sido un izquierdista orgánico, sino que además se tornó en anticomunista. Era, por entonces, un ejemplar político “peligroso”, quizás el político de derecha más apasionado y, por tal, el más deportado; alguien que, de vivir ahora, hubiera fundado un partido conservador, que quizás hubiera alcanzado la presidencia y que sería recordado como un adalid avanzado de la batalla cultural. Su resistencia al comunismo lo llevó a reportar a la CIA.
En una presentación del libro El camarada Jorge y el Dragón, de Rafael Dumett, un comentarista señaló que la derecha actual “busca mesiánicamente su Eudocio Ravines”. Una epifanía, porque fue un líder que (de haberse convertido antes) hubiera tenido un papel político protagónico; pero los gobernantes, temerosos, eligieron para él “el olvido”, como en el poema de Borges. La foto de la portada del libro de Prieto Celi lo presenta tal cual, en su pasión oratoria desbordante y con el puño cerrado rompiendo el viento.
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Ravines fue formado en el catolicismo más disciplinado, se sabía la biblia de memoria y se envolvió en el espíritu de Vida de Jesús, de Renán en su Cajamarca natal. Era un espíritu religioso que entendió mal las cruzadas modernas en su primera etapa, quizás en la izquierda aprendió de capacidad organizativa. Entendió tarde la lógica liberal por Pedro Beltrán y lo secundó dirigiendo La Prensa cuando el periodista liberal se ausentaba.
Haya lo consideraba su némesis, dotándolo de una capacidad de liderazgo tal como la suya, pero peligrosamente al otro lado. No hay entre sus adversarios quien no le temiera o admirara; pero era el líder de una derecha pura y anticomunista que el siglo XX destruyó.
No hay liderazgo sin convicción ¿Tiene líder la derecha en el siglo XXI? Es decir, ¿uno que sea estruendo?, ¿uno que remueva las bases de la izquierda y de la clase política y empresarial mercantilista?, ¿uno que se defina de derecha? Ravines apuntaba lejos, vale sospechar de su extraña muerte en México.
Quizás Vladimir Cerrón ignora que todo extremo genera un contrario, es el clásico equilibrio y némesis, acaso un punto de inflexión en la historia.
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Abogado y escritor