La cima del mundo suele ser un lugar ideal desde el cual caer al vacío: a mayor altitud, uno logra llegar más abajo, más profundo. Al menos eso fue lo que ocurrió con el actor Matthew Perry, mundialmente conocido por interpretar a Chandler Bing en Friends, probablemente la serie televisiva más importante de las últimas décadas, quien se ha animado a contar su debacle personal desde la perspectiva de alguien que lo logró todo. En apariencia, al menos.
En Amigos, amantes y aquello tan terrible, Perry vuelve sobre una infancia marcada por sus solitarios vuelos como menor no acompañado, en los que le tocaba ver a otros niños viajar en compañía de sus padres y preguntarse por qué él no era tan importante como para disfrutar de la compañía de los suyos. Una imagen desgarradora que marca el tono de lo que es un libro lleno de dolorosísimas confesiones.
Perry también narra, por supuesto, sus primeros pasos dentro del mundo de la actuación, mudándose definitivamente a Los Ángeles con su padre a los 15 años, y cómo por poco queda fuera del proyecto televisivo que le cambió la vida: cuando se abrió el casting para Friends, Perry acababa de iniciar en una serie de la que no podía zafarse. De hecho, ante la imposibilidad de probar suerte en el proyecto, se dedicó a entrenar a sus amigos para audicionar para el papel de Chandler Bing.
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El libro es también un desfile de varios de los grandes nombres de la industria del cine (resalta la participación de Julia Roberts como exnovia de Perry) y de películas y series memorables. Momentos rutilantes que se ven opacados por los estragos que el actor sufrió debido al abuso de drogas y, en especial, del alcohol: su primera borrachera fue a poco de haber cumplido catorce años. Cuenta incluso que, mientras se encontraba filmando, no podía irse a dormir sin dar cuenta de una botella de vodka entera por noche.
Dicha vorágine de adicciones, de dosis de dolor inconmensurables y constantes ingresos a centros de rehabilitación —los mismos en los que el actor llegó a invertir verdaderas fortunas— se entremezclan con el deseo de luchar por salvar la vida, de recuperar la dignidad y el respeto por sí mismo.
El contraste de que aquello tan terrible, como el mismo Perry lo llama, fuera una constante en la rutina del hombre que encarnó a uno de los personajes más carismáticos y queridos de cuantos han habitado nuestras pantallas añade un regusto melancólico a los recuerdos que todos tenemos de él. Es más: Perry es capaz de determinar, solo con ver los capítulos de una u otra temporada, cuál era la droga o barbitúrico con la que se encontraba batallando por esos días.
No obstante, en el libro es posible encontrar esperanza: tantos años y centros de rehabilitación después, Matthew Perry aún es capaz de sonreír con una picardía como prestada del viejo Chandler y decirnos que el final llegará algún día, pero que ese día no es hoy.
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