Mi participación en redes sociales me deja ver que las mujeres de mi generación, esto es las menores de 30 años creen en la mayoría de los casos que ser mujer implica ser feminista, sin embargo, parece que ni militando en dicho movimiento o compartiendo sus ideas encuentran lo que están buscando.
De esta engañosa identidad no están ajenos los medios de comunicación los cuales suelen visibilizar a las mujeres que promueven iniciativas de participación de la mujer en la política o promueven la educación de niñas de escasos recursos -por ejemplo- como feministas, por lo que no sorprende que en redes encontremos eufemismos como los de “anti-mujeres” para etiquetar las iniciativas provida -a veces- de los mismos colectivos.
A pesar de dichas inconsistencias la corriente feminista ha sabido apropiarse de conceptos como el de “empoderamiento femenino” para construir a partir de él un discurso falaz pero atractivo para las nuevas generaciones de mujeres que hoy en día desde niñas aspiran a ser una girl boss. Sin embargo, detrás del discurso de empoderamiento y/o de igualdad entre hombres y mujeres se esconde la verdadera intención de promover políticas públicas que lejos de toda igualdad solo buscan consagrar privilegios o imponer agendas transnacionales como la abortista.
Prueba de lo primero es el Objetivo de Desarrollo Sostenible N°5 de las Naciones Unidas denominado Igualdad de Género, el cual promueve -por ejemplo- entre las empresas la contratación de mujeres “especialmente en puestos de responsabilidad y de la alta dirección”, solo en razón de su género pasando por alto las lógicas de mercado que exigen capacidad y eficiencia independientemente del género del directivo.
Prueba de lo segundo es el tratamiento dado a los casos de abuso sexual en el Perú en particular al “caso Mila”, a propósito del cual las organizaciones feministas como Promsex se ocuparon más por exigir un aborto terapéutico inmediato de la menor afectada violentada que de redoblar esfuerzos por demandar la detención del abusador. Casi cinco meses después de los hechos, Mila fue sometida a un aborto sin su consentimiento en tanto que el delincuente sigue libre.
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Las contradicciones son evidentes, y hoy a pesar de la popularidad que goza el feminismo en la generación milenial y centenial, cada vez más se alzan voces activistas que considerándose pro-mujer suelen definirse -por oposición- como antifeministas entre las que destaca Sarah Huff, una ex lideresa feminista brasilera que se sometió a un aborto por recomendación de sus compañeras que casi le cuesta la vida. Compañeras que a pesar de su proclamada “sororidad” no estuvieron allí para socorrerla como sí lo estuvieron las organizaciones provida que felizmente pudieron asistirla a tiempo.
No obstante, la alternativa al feminismo construida desde los sectores conservadores de la sociedad no ha resultado ser lo suficientemente atractiva a las nuevas generaciones pues en el esfuerzo por reestablecer el valor de la feminidad sobre la base de los roles tradicionales de la mujer en el hogar y la familia vuelven sobre estereotipos que dejan de lado los nuevos roles que las mujeres pueden y han venido asumiendo en nuestro tiempo.
Pareciera que el dilema de las mujeres jóvenes se reduce a una elección entre ser madres o profesionales, cuando estas no son opciones que se oponen entre sí. El feminismo te dirá que uno limita al otro, por lo tanto, debes escoger el ser profesional porque conviene más a tu crecimiento y autonomía. Sin embargo, el antifeminismo, aun cuando podría defender que no se trata de renunciar a ninguna de esas opciones válidas en sí mismas, suele enfocarte en lo primero.
En occidente -al menos- las mujeres gozamos de los mismos derechos que tienen los hombres por imperio del principio de igualdad ante la Ley, esa batalla ha sido ya ganada por lo que la identidad de la mujer debe ser reivindicada sobre nuevas bases que superen tanto las manidas discusiones de género como los estereotipos de feminidad clásicos.
En consecuencia, el debate entre quienes promueven o critican el feminismo no debe caer en el error de intentar definir el rol de la mujer y/o su identidad en función de lo que hacen o dejan de hacer. Esas categorías no definen -por ejemplo- ni a las mujeres que por condiciones médicas no pueden tener hijos ni a aquellas que escogen libremente quedarse en casa a pesar de sus títulos profesionales.
Ser mujer en el siglo XXI no es fácil, pero debemos ser conscientes que no calzar con el estereotipo tradicional de la “mujer conservadora”, no significa automáticamente pertenecer a un colectivo que prometiéndote empoderamiento solo busca reforzar un rol de víctima. La clave está en ir detrás de la verdad y la libertad, ello te dará un mejor norte para avanzar hacia tus metas y apoyar en idéntico esfuerzo a otras mujeres, seamos una voz diferente.
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Estudiante de periodismo