Cultura

La batalla cultural y los sofistas posmodernos | Opinión

Los teorizadores del progresismo, la prensa sepulturera de la verdad, los organismos multilaterales propagadores de la cultura de la muerte, la clase política sedienta de poder ilimitado, y el seguidismo acrítico de una inmensa mayoría, operan como engranajes de la gran maquinaria progresista. Todos ellos, adiestrados en el lenguaje posmoderno, están cohesionados para distribuir en todas las capas sociales, una nueva cultura.

Como son especialistas en el arte de difundir mentiras y subvertir el orden natural de las cosas, los discípulos deformados de Protágoras y Gorgias -dudo que ellos sepan quiénes son, a pesar del espeso aire de refinamiento intelectual que los circunda. Por cierto, a pesar de situarme del lado de Sócrates, no tengo una antipatía radical contra los sofistas, ¡sí contra la nueva cepa sofística posmoderna! Así que, obviando a ese pelotón de crápulas, para entretener la inteligencia, les sugiero el fragmento filosófico: Elogio de Helena o En defensa de la palabra de Gorgias-, utilizan diversos artilugios retóricos para construir una sociedad cuyo destino final es el progreso ilimitado, o como decimos nosotros: el progresismo, la enfermedad de nuestros tiempos.

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Desenmascarando sus estrategias discursivas, encontramos que la defensa irrestricta del aborto, lleva a la construcción de una sociedad filicida; que la secularización de nuestras sociedades contemporáneas, lleva a la abolición del horizonte trascendente y a desterrar a Dios de la sociedad civil -como ya advirtió Pío IX en la encíclica Quanta Qura de 1864-; y que la autopercepción, lleva a reconocer legalmente una construcción imaginaria subjetiva. A mi juicio, entre tantas otras perversiones, estas son las más destacables.

Estamos en una batalla cultural, pero también en una espiritual: dos frentes que no deben dominar las fuerzas opuestas. Nuestra batalla intelectual, espiritual y moral, será prolongada y requiere fortaleza de ánimo y especialmente, una gran paciencia. Esta última virtud, me hace acordar una antigua fábula china de una vieja que frotaba una barra de hierro contra una piedra hasta convertirla en aguja. La enseñanza, aunque obvia para vosotros, era: “El trabajo perseverante puede convertir una gran barra de hierro en una aguja para bordar”.

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