La Universidad se entiende como universalidad y, por tanto, como libertad y tolerancia. No es la hegemonía forzosa de una tendencia opresora, sino la complejidad de un diálogo amable. Cuando la comunidad de la Pontificia Universidad Católica (PUCP) asumió hace varios años que la llegada del conservadurismo católico le haría perder la pluralidad por el desborde de un supuesto puritanismo; en realidad parecía visualizar un posible futuro, uno en que la voz diferente sería cancelada y en el que quien no pensara o no fuera susceptible con ciertos temas, sería el enemigo.
Temían al Leviatán del puritanismo contra la falda corta y la libertad, sin entender que hay diversas formas de fiscalización victoriana, como aquella que “obliga a atiesar los ojos y los gestos”, a ser santos laicos, a no sentir, a ser piedra y a vivir al límite de la reputación y el honor. Allí donde hay miedo o sospecha no hay universidad. Allí donde el que piensa diferente es un “extraño” no hay universidad.
Le ocurrió hace unos días al constitucionalista Lucas Ghersi y en alguna oportunidad a la congresista Adriana Tudela en la PUCP por el boicot de colectivos intransigentes que entienden los derechos humanos como parcela propia y no como una entidad universal. A cualquier representante del pensamiento abierto le puede ocurrir, como a cualquier conservador y a cualquiera que esgrima un punto de vista diferente. Cuando la intolerancia o el clima punitivo rigen en una comunidad, reina el rigor y cualquier rigor es la antesala del cuartel.
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Una universidad debate, conferencia, ensaya la razón. Una universidad que se precie de esa sed cósmica del saber de Porras o de Sánchez, invita, es de puertas abiertas, es una donde las posiciones no son vetadas para dialogar, enseñar, trabajar o estudiar; una en la que el supremo espíritu que se exige es solo el de la libertad y el respeto al ideario del otro.
En una universidad se puede protestar. Hace un tiempo fue un serio tema de boletas; incluso, se puede tomar posición propia, pero como en la verdad sagrada de Gandhi, la no violencia es lo que legitima una protesta. Ese es el tenor de reminiscencia de una universidad cuya mayoría de egresados recordamos como el recinto plural, universalista, libertario, dialéctico y no cuadriculado que, desde Letras, sorbimos de Luis Jaime Cisneros, José Antonio del Busto, José Agustín de la Puente y otros.
Si el pensamiento del testador, José de La Riva Agüero está fuera de discusión, lo que nunca debe estarlo es el espíritu de universidad, ese mismo que se reclama en un debate actual sobre la educación universitaria. Que la formación sea bajo el esplendor del renacentismo y el humanismo libertario; nunca desde la empresa y menos desde las inquisiciones laicas.
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Abogado y escritor