No hay vida sin libertad y libertad sin deseo. Paul Eluard la exalta como quien describe el amor desde siempre esperado: “En la selva y el desierto/ en los nidos en las emboscadas/ en el eco de mi infancia/ escribo tu nombre”. Se envuelve en ensueños: “Y por el poder de una palabra/ vuelvo a vivir/ nací para conocerte/para cantarte/ Libertad”.
Es de natura que el goce amatorio existe como bella locura. Bajo los vigías puritanos, Neruda no hubiera podido alumbrar sus amores minerales sin ser censurado por libertino. “Mi cuerpo de labriego salvaje te socava/ y hace saltar al hijo del fondo de la tierra”. Escena bellamente fiera.
En una sociedad puritana las metáforas son inspeccionadas y quienes se entregan al fuego de la pasión podrían ser cancelados. En medio de la hipocresía y de los movimientos inquisidores que disparan sus linternas contra el macho al más mínimo movimiento de ojos, el deseo es sentenciado. Como rebelión, hace unos años se presentó en Madrid una videoinstalación bajo el título de Personalien, que convierte al público en voyeur, en espectador directo de una escena orgiástica en los bosques, una escena vívida y casi presencial por la sensación de estar en medio de todo, en esos bosques alemanes a los que huía el deseo por las iras puritanas de Luis XVI, que, se dice, apenas podía consumar.
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La obra nació en Berlín. Es una rebelión contra el nuevo puritanismo y la hipocresía de los modernos cazadores. Ese nuevo puritanismo fue vívido en Cannes con la salida de la sala de una buena cantidad de espectadores en la presentación de Liberté (Albert Serrá), la muestra cinematográfica del cruising o sexo en lugares públicos.
El deseo y su expresión sexual se torna y enriquece con el erotismo como arte y misterio; eros, como una contraposición a tanatos o muerte. La práctica del deseo es la vida, pero el puritanismo antiliberal lo llama “libertinaje” y su prohibición es la muerte. El libertino es valorado en las sociedades europeas del siglo XVI al XVIII y admirado como un aventurero caótico que vive, tanto que accede a las cumbres de la sociedad; pero la palabra “libertino”, según los estudios posdoctorales de Luiz Carlos Villalta (Libros libertinos y libertinaje en Portugal y en Brasil durante el ocaso del Antiguo Régimen) no describe al libidinoso que se sacia cuantas veces puede y se derruye en sus excesos, tiene un significado filosófico: la libertad es la guía de la razón, la libre elección y el rechazo de todo dogma castrador.
El puritanismo tiene muchas formas y se las arregla bien con la represión estatal, el trinche de fuego o la presión que ejercen ciertos grupos modernos, algunos prejuiciosos y otros radicalmente feministas. “El deseo exige su perpetuación” escribía Susan Sontag en El amante del volcán, aunque el puritanismo de cada tiempo desee su extinción, porque no hay pureza ni ética en el puritanismo, sino una bruta aversión al placer.
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Abogado y escritor