Cultura

El fin del mundo | Opinión

–Encontraremos la manera, profesor, siempre lo hemos hecho, le dice Cooper al Dr. Brand

–Impulsados por la fe inquebrantable de que este mundo es nuestro…

Fragmento de Interestelar, dirigida por Christopher Nolan

Hoy los titulares nos dicen que, debido a nuestra intervención en el mundo, la humanidad se dirige hacia su final. El cambio climático, el sistema capitalista y el consumismo nos han alejado de nuestras raíces naturales y nos han llevado a una relación con nuestro planeta dirigida, inexorablemente, a la aniquilación mutua. Esta creencia, como bien sostiene el Dr. Brand en Interestelar, se basa en la idea de que este mundo es nuestro y de que la madre naturaleza nos recibe y nos da, y que debemos aprender a vivir sin intervenirla, como aborígenes. Sin embargo, nuestros antepasados, que establecieron las primeras civilizaciones y desarrollaron tecnología para facilitar sus vidas, se reirían de nosotros. El mundo no es ni ha sido, jamás, un lugar amigable para quienes vivimos en él. Quizás por eso nuestros antepasados representaban a la naturaleza con monstruos terroríficos o dioses egoístas y destructores.

Los seres humanos, sin manipular nuestro entorno, no podríamos sobrevivir. Si tomáramos agua directamente de los ríos, con seguridad enfermaríamos infectados por alguna bacteria. La mayoría de animales que nos rodea nos rompería los huesos si no pudiéramos fabricar armas. A partir de los 4,000 metros de altura, a buena parte de la población ya se le hace difícil aclimatarse, y a partir de los 5 mil metros la mayoría requiere oxígeno. El récord para el buceo más profundo es de 332 metros, con equipo especial, pero los buceos normales no exceden los 57 metros. De todas las especies de plantas que tenemos registradas, solo podemos consumir aproximadamente el 5%, quizás un poco más. Y el ejemplo de Interestelar es que el 78% de nuestra atmósfera está hecha de nitrógeno, un elemento que no necesitamos para respirar. 

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La naturaleza no provee lo que necesitamos para sobrevivir. El ser humano, en la naturaleza, es vulnerable. Es propenso a enfermedades, a morir devorado o de hambre. Por eso, los humanos aprendimos a moldear nuestro entorno para poder alimentarnos, cuidar a nuestras familias y sobrevivir. Así, cada vez un menor porcentaje de la población muere producto de los desastres naturales. Porque la humanidad aprendió y desarrolló métodos que permiten cuidar a los suyos en un mundo duro, pero en el que vivimos al fin y al cabo.

Entonces, la percepción de que vivimos en un mundo que es nuestro y que abraza nuestra existencia como una madre, carece de sentido. Y al lado de la idea de que vivimos en un mundo amable, está la idea de que existe equilibrio y de que la naturaleza es estable, a menos que nosotros intervengamos. Como nuestra corta experiencia dicta, el mundo es estático y el cambio es malo. Los ríos deben siempre ser iguales, los mares y las corrientes se comportarán siempre igual, y, si todo esto cambia, nos destruirá. Pero nuestra perspectiva es corta. El homo sapiens tiene aproximadamente 300 mil años de existencia. La primera civilización humana considerada como tal existió en Sumeria hace aproximadamente 6 mil años. Los Estados Unidos tienen 247 años de existencia. Mientras tanto, nuestro país, el Perú, apenas tiene poco más de 200 años desde su independencia. La sociedad “como la conocemos” no es nada en comparación con la existencia de la humanidad. Nuestra experiencia, nuestras mediciones y nuestras comparaciones enflaquecen en proporción con lo que la humanidad ha vivido desde sus orígenes. Y la humanidad ha sobrevivido glaciaciones y calentamientos.

¿A qué va todo esto? A que la noción de que lo que vemos hoy nos dirige al fin del mundo es poco probable. A que no nos dejemos intimidar por el apocalipsis mediático que pretende lograr que destruyamos y cuestionemos ciegamente los avances de la humanidad para retroceder y, en el camino, condenar a millones de personas a la pobreza y la muerte. Hay cosas que corregir, pero la intervención humana no es artífice de su propia destrucción. Es artífice de su supervivencia.

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