La matriz de la libertad reside en un principio: la no intromisión en los proyectos de vida de las personas. Lo plasmó Tomas Jefferson en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Involucra mucho, pues sustenta una cultura del éxito. El fundamento de todo gobierno debe ser ese y, por tal, limitar el poder de los políticos para dárselo a los ciudadanos.
En la cultura del fracaso se enfatiza en la igualdad, el ras como sinónimo de justicia; pero que en los hechos condena a todos a la pobreza. No es que la pobreza no exista en el capitalismo, solo que un “pobre” europeo o estadounidense no es lo mismo que un pobre en Venezuela o Cuba, donde el hambre impera, pero no impera solo, lo hace con la ausencia de la libertad, siquiera para fabricarse un proyecto de vida. El proyecto de vida lo fabrica el Estado en su fatal arrogancia (Hayek).
Popper reclamaba frente al pensamiento cerrado y determinista, ignorando la diversidad individual. La arrogancia de la utopía socialista es la del erróneo socialismo científico marxista y lo es el ideal de Platón, Tomás Moro, Comte y otros, que pasaron por alto que la comodidad, la felicidad y el entorno en el que se quiere vivir es de naturaleza múltiple. “Del funcionario estandarizando las vidas al cada quien es feliz a su manera”. La cultura del éxito es la de la libertad, que lo es de pensamiento, expresión, plan de vida y demás, sin que el Estado decida cómo deben cuidarse, peinarse, vestirse, leer o saciarse las personas.
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En lo particular interesa la proyección del emprendedor que hace su negocio sin miedo al Estado y al delincuente, sin temor a la ley obstruccionista o a la incertidumbre institucional. Nadie invierte sin independencia de poderes porque siempre asoma un costo de transacción, nadie invierte sin un marco jurídico que ofrezca certezas. La Constitución de 1993 las ofrece con su extraordinario régimen económico, aunque los sucesivos congresos y gobiernos se hayan encargado de elaborar leyes contrarias al ideal liberal de la Constitución. Aquí una intromisión en los proyectos individuales.
En el socialismo como en el mercantilismo, que no logramos desmontar, la estructura de normas e instituciones no generan confianza. Detrás de un mal gobernante, un mal parlamentario, un mal juez, un mal fiscal, un mal gobernador y un mal alcalde hay millones de proyectos personales frustrados. Quizás bien convendría replicar el ideal jeffersoniano rescatado la prohibición de la injerencia en los proyectos de vida y el principio de no agresión.
Si la libertad económica ha traído prosperidad y milagros económicos, mientras que el socialismo ha traído hambre, pobreza y migración, ¿por qué hay quienes no entienden que la opción es tan clara que el socialismo debiera ser como las lenguas muertas, historia?
Sin una cultura del éxito no hay futuro, solo una línea recta que comulga con el anquilosamiento, la monotonía y la muerte.
En ILAD defendemos la democracia, la economía de mercado y los valores de la libertad.
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Abogado y escritor