Cultura

La ley y el orden | Opinión

El constitucionalismo es una conquista liberal, pero la libertad es una abstracción inútil sin un orden que la preserve. Valga descender desde la filosofía a la realidad. En el siglo XIX, el gran debate nacional fue el del valor teórico de la libertad frente al del orden y la legitimidad platónica del saber mandar.

Era una polémica entre el idealismo y el realismo, esto es, entre los hermanos Gálvez, que planteaban un liberalismo aéreo cuando la casa era el caos y la visión práctica de Bartolomé Herrera. La conciliación entre los liberales (los Gálvez desde el Guadalupe) y los conservadores (Herrera desde San Carlos) se consumó en la fecunda Constitución de 1860, el más longevo de nuestros textos (sesenta años), llamado “el abrazo de Maquinhuayo entre conservadores y liberales”, dícese así del espontaneo y repentino abrazo entre enemigos sobre el campo de batalla que puso fin a la primera guerra civil republicana, patriótico abrazo entre las tropas de Echenique y Orbegoso.

Valga la impertinencia de la distancia, actualmente, muchos buscan al Milei peruano (libertad) y otros muchos, o quizás más, al Bukele peruano (orden), porque representan dos opciones novedosas, una contra la casta política y otra contra el crimen organizado.

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El riesgo es que ambos candidatos en 2026 se presenten por separado, porque el llamado al orden sin un componente de doctrina liberal podría colocar a cualquier febril tirano en Palacio. Libertad y orden en conjunción. No puede haber libre mercado ni libertades individuales si al que emprende no solo le cae la SUNAT, la SUNAFIL, la fiscalización municipal, Defensa Civil y todo el Estado encima; sino también el filo de la criminalidad más atroz. Libertad y orden, ambos o ninguno.

Libertad y orden en simultáneo porque el peor enemigo de la libertad es el miedo y se gobierna para liberar allí donde la ley encadena, pero también para proteger allí donde el mal encañona. Libertad con sosiego quiere la gente. Se suele creer que hablar de «orden» es fascista. No necesariamente, pues no hay libertad bajo coerción. Sirve el concepto de libertad negativa de Isaiah Berlin para asumir que la coerción puede ser estatal o privada. Ordenar es poner la Constitución y la libertad, pero también el derecho penal y de ejecución penal al servicio de la gente, singularizando el rigor en las normativas sobre persecución policial y demás procedimientos de acuerdo a la criminalidad.

Un violador de niños, un terrorista, un asesino de habitué, no se redimen. En la Constitución el objeto del régimen penitenciario es la rehabilitación, cándida garantía; debería ser la paz y la seguridad interna. A la ejecución penal debería interesarle que quien represente al peligro no toque más las calles y produzca con rigor y a perpetuidad para “sobrevivir a la sombra” y sin nuestros impuestos. El triunfo de una nación es visible cuando el orden y la libertad se entienden de la misma sustancia.

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