Cultura

La nave de los locos (o cómo remar un destino) | Opinión

Uno de los ejercicios reflexivos más útiles para el ser humano es el aprender de sus errores. Esa actitud se multiplica geométricamente si se aplica el concepto de inteligencia emocional.

Los individuos que crean su propia cultura no son víctimas fáciles de sus instintos ni de sus emociones. Tienen estabilidad porque respetan reglas. Tienen logros porque miran a largo plazo. Lo mismo sucede con los países.

¿Las naciones aprenden de sus errores? Después de la Segunda Guerra Mundial, el Japón y Alemania -países en ruinas- reconstruyeron una identidad nacional en tiempo récord, eliminando los rasgos agresivos de su personalidad. Ruanda aprendió la lección ampliamente: han creado una cultura donde el perdón permite convivir a asesinos y víctimas del genocidio, después de una profunda y dolorosa reflexión.

Sin embargo, la insania del terrorismo maoísta de Sendero Luminoso no bastó para que la sociedad peruana aprenda de sus errores. Recuerden: Abimael era ‘un ultra más’ de la atomización sectaria izquierdista hasta que optó por la lucha armada, aislándose desde 1980.

¿Y los otros? No es el momento histórico, decía Javier Diez Canseco. O sea, ya tumbaremos tu sistema democrático… Remar juntos criando cuervos que después te comerán los ojos.

¿Y qué aprendimos los peruanos? ¿A financiar partidos como Perú Libre?

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Por el lado opuesto, en este siglo ningún gobierno se atrevió a abordar la tan necesaria reforma del Estado. ¿Quién quiere retar ese toro? El monstruo creció y creció sin garantizar servicios mínimos, hasta que la pandemia del 2019 nos quitó toda esperanza.

Después de la demencia senderista, el Perú tuvo más triunfalismo que aprendizaje. Es por ello que ahora la lucha cultural debe tomar la importancia que la economía tuvo por 25 años de reales resultados.

Con una izquierda que no pasa la prueba PISA, será imposible remar juntos. El cinismo y la negación son los recursos primarios de una bancada que demora horas en hilar conceptos y que, a falta de un desarrollo intelectual, recurre a su instinto de supervivencia, vía asesores come-sueldos, soluciones pega y copia, compadrazgos toma y daca, y repite, sin la menor vergüenza, la consigna compañera -niega y niega todo- hasta el final.

Sin un acuerdo mínimo que valore la eficiencia profesional, el mérito personal y la honradez pública, seguiremos siempre a la deriva como país, con pequeños icebergs de éxito flotando alrededor: una comunidad creará un puente con sus propias manos, un chef será premiado mundialmente y alguna empresa privada logrará sus metas.

Y todos los demás seguirán discutiendo sin son ni ritmo alguno.

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