Lo había leído en la Biblioteca Nacional en El descubrimiento de España (1996), comentado elogiosamente por Eduardo Chirinos en su reunión de ensayos Los largos oficios inservibles (2004).
El título, El libro del mal amor (2006), alude al del Arcipreste de Hita, El libro del buen amor. Fernando Iwasaki navega en estas páginas en sus tropiezos amorosos cargados de humor y fantasía. Recuerda al Ricardito de Las travesuras de la niña mala de Vargas Llosa y, vagamente, alguno de los relatos de Luis Loayza en Otras tardes (1985).
Erudito, en su prosa hay referencia a autores, música del momento, mitologías y hechos históricos que dan cuenta del buen lector que es. El oficio le viene de la historia, pero se arraiga en la literatura, en el quehacer de la creación.
El crítico Ricardo Gonzáles Vigil en su estudio del libro, ubicado en el apéndice del mismo, señala que “respira sensualidad, actitud hedonista ante los placeres del mundo, particularmente los deleites sexuales”. Gonzáles Vigil añade, evocando el quinto episodio que tiene como protagonista a Camille, “subraya lo sentimental del amor, pero no excluye el anhelo sexual”.
Dividido en diez momentos, que se encadenan el uno al otro, recuerda las historias que se suceden en el film de Antonio Eguino, Chuquiago (1977), con la diferencia que aquí el protagonista es el propio narrador.
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Por otra parte, los traspiés adolescentes de Iwasaki, traen a la memoria la expresión de Alberto Moravia en La romana: ”La peor maldición del amor es que nunca es correspondido, y cuando se ama no se es amado y cuando se es amado no se ama”.
Iwasaki ha dicho de su libro, en una entrevista que le hacen para El País (07/10/2009), que “era una novela muy autobiográfica”, preguntándose enseguida: “¿Quién no ha hecho papelones por amor?” Sí, quién no los ha hecho.
Errado el autor en su apreciación del libro de Arcipreste, al que creyó un manual de amor, el suyo, el del mal amor, tampoco es uno de antiamor, y menos una extensión que ejemplifica las complejidades del libro de Erich Fromm, El arte de amar.
Tal vez Iwasaki confundió esos episodios platónicos vividos con amor, y era amistad lo que las chicas le estaban ofreciendo. Muchos hombres caemos en ese yerro.
Por tanto, se podría concluir que lo suyo no era “mal amor”, sino amistad no reconocida.
Francesco Alberoni en La amistad (1986) diferencia el amor de la amistad. Alberoni dice: “El enamoramiento es pasión. En alemán, pasión se dice Leidenschaft. Leiden significa sufrimiento. Y es porque la pasión conlleva sufrimiento. El enamoramiento es éxtasis, pero también sufrimiento. La amistad, en cambio, tiene horror del sufrimiento, y cuando puede lo evita”.
Iwasaki padeció leiden.
Con todo, en El libro del mal amor nos ha regalado uno donde las hormonas bullen, se agitan e invitan a pensar que vale la pena releerlo cuando se pueda.
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Comunicador social y crítico literario