Cada vez que escribo me propongo a dibujar el mundo que me rodea. De hecho, siempre ha sido mi baluarte a la hora de sentarme y empezar a teclear. Sin embargo, debo confesar que varias veces he sido rebelde con esa consigna: he utilizado el poder de la palabra para crear y alterar la realidad.
En este texto, querido lector, me veo en la obligación de contar o tratar de retratar algunos eventos que me traspasaron en este 2024. Por ejemplo, la fría sorpresa de aquella tarde cuando salí de un restaurante y observé que el auto que había dejado estacionado tenía la llanta reventada, la luna hecha añicos y que todos mis objetos de valor ya no estaban. Por qué no, también, la mañana en que recibí esos mensajes que uno jamás le gustaría leer: “Acaban de robar a tu hermana. El ladrón la arrastró y se llevó su celular. Estamos en la comisaría”.
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Frente a todo esto, mi columna ¿semanal? podría centrarse en el incremento desmedido de la inseguridad ciudadana o el escándalo de los relojes Rolex de la presidente o el afán del principal enemigo de la educación (¿Congreso?) por aceptar que los docentes cesados sean incluidos en la carrera sin ser evaluados. Pero no.
Alguna vez José Watanabe escribió de manera premonitoria: “El miedo circulará siempre en mi cuerpo como otra sangre”. Durante todo este tiempo he guardado silencio, no he escrito ni una sola línea porque a decir verdad nunca me he sentido tan vulnerable como en estos últimos días. El espanto de caminar y tener esa sensación de estar siendo perseguido o recibir alguna notificación al móvil y ser invadido por el horror de leer -nuevamente- una tragedia. Me rehúso a comprender/aceptar el vil adagio de “A todos nos toca”. Entonces, qué corresponde hacer, me pregunto. Cuál es el siguiente paso.
Herman Hesse, luego de publicar “El lobo estepario”, escribió la novela “Narciso y Goldmundo” y a través de la obra ofrece una profunda reflexión sobre la condición a la que está sumergida la humanidad, “Debido a que el mundo está tan lleno de muerte y horror, intento una y otra vez consolar mi corazón y recoger flores que crecen en medio del infierno. Encuentro el placer y, por un instante, olvido el horror”. Si dejamos de acelerar nos daremos cuenta de que todo conspira para que vivamos sometidos al miedo, al horror. Permitir que eso nos atomice es un desatino. Por tanto, no hay otra alternativa que levantarse y empezar a recoger esas flores que esperan por nosotros.
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Escritor y profesor