Olympe de Gougues, intelectual y figura relevante durante el proceso revolucionario francés, escribió en 1791, la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana, expresando en el art. VI: “Ciudadanas y ciudadanos, deben ser igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según sus capacidades y sin más distinción que la de sus virtudes y talentos”.
Toda persona sensata entiende que son las condiciones intelectuales, la potencia de las ideas, la profunda vocación de servicio, los talentos particulares y la posesión de encumbrados conceptos, los que permiten “el resplandecimiento de las personas”. Que sea “el mérito propio y no el género” el principio rector que permita destacar a las personas. ¡Que cada quién despliegue sus potencialidades y adquiera las virtudes necesarias para acceder al poder político a través de la disputa electoral!
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Parece ser que el alto sentimiento de insignificancia, el venenoso resentimiento y el gran complejo de inferioridad, son las fuentes de inspiración que alimentan los discursos en favor de la imposición de las cuotas de género. Por eso, esta ridícula reforma progresista, envés de enaltecer la figura de la mujer, la ensombrece, la reconoce incapaz y ofende su inteligencia. Y, además, los que defienden la pluralidad de identidades de género, son los mismos que la reducen a dos (varón-mujer) en el escenario político-social. ¡Vaya contradicción! ¡No, ninguna! Este es un engranaje más de la gran maquinaria progresista, ya que luego reproducirán nuevos discursos en favor de nuevas cuotas de género.
El objetivo 5 de la Agenda 2030, promovido especialmente por ONU Mujeres, una entidad de la ONU, habla acerca de la igualdad de género. Se menciona en la meta 5.5: “Asegurar la participación plena y efectiva de las mujeres y la igualdad de oportunidades de liderazgo a todos los niveles decisorios en la vida política, económica y pública”. Y en el indicador 5.5.1: “Proporción de escaños ocupados por mujeres en a) los parlamentos nacionales, y b) los gobiernos locales”.
Nuestra posición carece de ambigüedades. Nos oponemos a la imposición universal de inventos de equiparación social mediante la producción de leyes absurdas, como las cuotas de género. La última copla del Martín Fierro -libro canónico de la literatura argentina, escrito por José Hernández en el siglo XIX- dice: “Más nadie se crea ofendido, pues a ninguno incomodo; y si canto de este modo por encontrarlo oportuno, no es para mal de ninguno, sino para bien de todos”.
En ILAD defendemos la democracia, la economía de mercado y los valores de la libertad.
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Lic. en Ciencia Política