Ha transcurrido aproximadamente una semana desde que las tensiones entre Israel y Palestina desembocaron nuevamente en un conflicto armado, debido a los atentados del grupo terrorista Hamás en territorio israelí.
Ante esto, el mundo se mantiene atento a lo que ocurre en territorio asiático y se especula sobre sus posibles repercusiones en otros países. Una de estas -la que mayor preocupación internacional causaría- es la conformación de un bloque de naciones islámicas que tomen represalias contra la nación judía y todo aquel que le brinde apoyo. Una preocupación que encuentra antecedentes en la década de los 70s.
En octubre de 1970, tras la muerte del líder egipcio Gamal Abdel Nasser, Anwar El-Sadat se hizo con el mando del país, retomando, en 1973, los ataques hacia territorio israelí con la intención de vengarse de la derrota de 1967 de la Organización para la Liberación de Palestina que se dio en Gaza, Los Altos del Golán y Cisjordania – territorios que Israel ocupó tras ganar la Guerra de los 6 días que declaró a Egipto (República Árabe Unida, en ese entonces), Siria, Jordania e Irak por su invasión a los territorios mencionados.
Esto desembocó en una nueva derrota de los egipcios y sirios en octubre del mismo año, lo que dio fin a la guerra del Yom Kipur. Ante esto, los países árabes -principales productores de petróleo- decidieron subir los precios del crudo como represalia al mundo occidental por su apoyo a Israel. Este episodio, consecuencia de la decisión de la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo, se conoció como la crisis del petróleo.
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Traigo a colación este episodio porque evidencia que algo que ocurre al otro lado del mundo puede tener repercusiones en la economía de un país completamente ajeno al hecho.
Tal es el caso del Perú, un Estado que no forma parte del conflicto actual entre Israel y Palestina, pero que se puede ver perjudicado por el mismo. No solo en una hipotética situación de subida del nivel de precios del petróleo, sino también en las transacciones comerciales y desarrollo de la propia economía nacional.
El comercio entre nuestro país e Israel se da en doble vía. Según el Observatorio de Complejidad Económica, el Perú importa principalmente maquinaria de dispersión (22.3%), pesticidas (9.11%) y válvulas (7.18%) de la nación asiática; mientras que nosotros les exportamos zinc crudo (29%), alforfón (12.6%) y semillas para siembra (11.9%). En otras palabras, nosotros traemos tecnología de punta que empleamos en procesos productivos agrarios y les vendemos materias primas.
Por lo tanto, un deterioro de este comercio y, en particular, de la importación de insumos necesarios para la agricultura, por una reducción en la oferta israelí, puede afectar gravemente el desarrollo y crecimiento de este sector en nuestro país. También lo puede causar una caída de la demanda israelí de nuestros productos, pero en menor medida.
Además, si recordamos el principio de escasez del que hablé hace unas semanas, una disminución en la cantidad de estos insumos provocaría un aumento en los precios de mercado de todo lo que se coseche utilizando estos materiales en el proceso. Es decir, provocaría una inflación en ese mercado que deterioraría el bienestar de los consumidores – nosotros.
En consecuencia, la lamentable situación actual entre los países del Oriente Próximo podría influir en nuestra economía, como efecto colateral o derivado, frenando el desarrollo de un sector e incrementando los precios.
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Estudiante de economía