Extraído de Ad Populum. Como saben, el Pleno del Congreso no logró los 87 votos necesarios para aprobar en primera votación el retorno a la bicameralidad, y se quedó solo por un voto. Esto deja al Parlamento con la posibilidad -pero no la obligación- de convocar a un referéndum para aprobarlo, ya que las reformas constitucionales se hacen o con 87 votos en dos legislaturas consecutivas, o con 66 votos y referéndum.
Ante esto, algunos parecen estar felices de promover esta reforma a través de un referéndum como en el 2018. Dicen que esto daría legitimidad a la reforma. No estoy para nada de acuerdo. Para empezar, en el 2018 se sometió a voto este tema junto con otros, ¿cómo estamos ahora, peor o mejor?
Por eso cuando la nueva integrante de la bancada de Guillermo Bermejo, la congresista Susel Paredes, que votó en contra en estas votaciones, luego promueve que “el pueblo” decida, comete una enorme irresponsabilidad. Lo mismo con la congresista Flor Pablo que repite el discurso.
El asunto es que esta es una pésima idea. ¿Cuánto sabe un ciudadano de a pie acerca de las reformas políticas necesarias para que mejore el funcionamiento del Congreso? ¿Cómo nos fue la última vez?
Por ejemplo, en el último referéndum aprobaron la pésima medida de prohibir la reelección de congresistas. ¿Ha mejorado la calidad del Congreso o ha empeorado? Díganme ustedes.
De hecho, gran parte de la crisis política actual es derivada de ese referéndum populista que promovió Martín Vizcarra y que en realidad tenía como único objetivo cortoplacista de pechar a un Congreso impopular para beneficiar a su régimen.
Si hasta la abogada Rosa María Palacios, que es una persona instruida en derecho, promovió de manera totalmente irresponsable que se prohíba la reelección de congresistas, sabiendo que era una pésima reforma, sólo como un castigo totalmente cortoplacista; ¿cómo creen que saldría un referéndum con el ambiente actual?
¿Cómo va a haber un debate público razonado cuando los medios de comunicación están en sus niveles de confianza más bajos desde el último referéndum?
¿Sabían, por ejemplo, que miles de personas en el sur ya no se informan con medios tradicionales sino en canales de “prensa alternativa” como Inty Noticias, Pavel Yachay Wasi, o Timoteo Cutipa, que promueven noticias falsas como que el Perú está ocupado por las fuerzas de los Estados Unidos?
¿Cómo va a haber un debate público razonado cuando ni siquiera lo hubo en el 2018, que votaron SI SI SI NO sólo porque Vizcarra Cornejo lo pidió, y lo divulgaron con el meme del dinosaurio bailando?
Que votaron contra la reelección de congresistas, personas como Rosa María Palacios, por un simple cálculo político para que Vizcarra pudiese gobernar. Si ese era el nivel en el 2018, no quiero ni imaginarme cuál será el que tendríamos hoy.
Algunos dirán que el pueblo siempre tiene la razón. Esa es exactamente la definición de demagogia, que es la perversión de la democracia.
Las reformas políticas son temas técnicos, no es lo mismo que elegir a representantes.
¿Por qué entonces no sometemos a voto si destruimos el Tribunal Constitucional, o la Fiscalía, o la Defensoría del Pueblo, o el Congreso mismo? Hagamos un referéndum para ver si es que el Perú se convierte en una dictadura o no. O, ¿por qué no sometemos a voto si nos salimos de la Corte IDH, o si, por ejemplo, Pedro Castillo es culpable o no? ¿Para qué necesitamos jueces? Hagamos todo por votación. ¿Dónde está el límite?
O, ¿por qué no hacemos un referéndum para decidir cuánto será la emisión monetaria del Banco Central el próximo año? Seguro que saldrá excelente.
Benjamin Franklin, padre fundador de la democracia más duradera del mundo, decía que la democracia son dos lobos y una oveja votando sobre qué se va a comer. Y que la libertad es la oveja, armada, dispuesta a cuestionar el resultado.
El voto tiene límites. Si estos políticos y analistas irresponsables creen que a punta de referéndums vamos a solucionar la crisis que vivimos, están muy equivocados.
Propuestas
¿Y qué propongo yo? Bajar el costo de inscribir partidos políticos, abrir la competencia a nuevos candidatos, promover las alianzas electorales, reformar la ley electoral; y para eso hay que presionar al Congreso para que lo haga y lo haga bien. Y, sobre todo, responsabilidad.
Si no reformamos nada antes de convocar nuevas elecciones, obtendremos -sin ninguna duda- peores resultados.
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