Política

El Congreso y sus malos representantes: una historia de nunca acabar

Congresistas blindan a 'Los Niños'.

Extraído de Ad Populum. Es indignante lo que ha hecho el Congreso de la República la semana pasada, y lo que viene haciendo una y otra vez desde el vía crucis que fue sacar a Pedro Castillo del poder.

Todo hace pensar que el fujimorismo, que llamó a todo el Perú a levantarse contra la amenaza comunista y senderista que representaba Perú Libre, ahora ha pactado para nombrar al exabogado de Vladimir Cerrón como nuevo Defensor del Pueblo.

Es la historia de nunca acabar. Uno confía en una serie de representantes para ocupar el cargo de congresistas y luego traicionan el mandato popular haciendo exactamente lo contrario a lo que se les confirió.

Ante esto cabe hacer seriamente esta pregunta ¿el Congreso realmente nos representa? ¿Existe representación política en el Perú?

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Muchos suelen decir que el Congreso sí nos representa. Que inclusive nos representa demasiado bien y, con ánimos casi masoquistas, culpan a la educación de los peruanos del resultado.

Pues yo me rebelo contra este diagnóstico que, por cierto, le sirve muy bien a los malos congresistas para justificar su posición. Ellos quieren que pienses eso, total, si es culpa de todos los peruanos, no es culpa de nadie, y pueden justificar su poder.

Pero quiero atreverme a cuestionar radicalmente este dogma tan instaurado en el debate público. Creo que los congresistas no nos representan.

¿Por qué? En primer lugar, el Congreso es un producto directo de los partidos políticos. Son ellos quienes, a través de listas, en las que sólo se puede postular con el permiso de los dueños del partido, plantean las opciones. Listas en las que muchas veces se ha denunciado que se paga para ocupar los primeros puestos.

Sólo 3% de los peruanos confía suficiente o bastante en los partidos políticos, y es la peor calificada después del Congreso.

Si a eso le sumamos que inscribir un partido cuesta entre 1 y 2 millones de soles, se restringe la oferta electoral artificialmente. ¿Quién, que no tenga intereses económicos puede pagar esta suma?

Nuestro sistema político incentiva la traición descarada al votante, porque no existe representación de verdad.

¿Por qué lo digo? Porque en la Edad Media, los miembros de las asambleas tenían algo que se llamaba mandato imperativo, que era la obligación de los representantes a circunscribirse a una hoja de ruta, a un papel, a una serie de funciones y acciones para los cuales habían sido elegidos.

El representante no podía ir en contra de las funciones para las cuales había sido votado, o sino, podía ser revocado de su posición por los mismos que lo habían puesto ahí. Es decir, eran portavoces directos de sus votantes.

A este modelo se le conoce como modelo de representación delegada, y establece que los representantes debían tener una relación directa con sus representados.

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Pero durante la Revolución Francesa, se prohibió el mandato imperativo, porque se decía que los congresistas representaban a la nación en su conjunto, y no a sólo una parte. A este modelo se le llama de representación fiduciaria.

Y eso es lo que recoge nuestra Constitución, por supuesto, que siempre ha hecho copypaste de lo que han hecho otros países.

Esto hace que el representante no tenga un vínculo real u obligación, ni con una región, ni distrito, ni grupo de votantes; es un representante de todos en abstracto, y lo que es de todos, como sabemos, no es de nadie. No tiene responsabilidades claras.

Y la realidad es que a pesar de que se prohíba, en la práctica sí existe el mandato imperativo; pero no del pueblo hacia sus representantes, sino de los jefes del partido hacia sus bancadas.

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Al final, daría lo mismo si César Acuña, Keiko Fujimori, Vladimir Cerrón y López Aliaga se sientan en una mesa y se reparten los votos como fichas en el congreso.

Entonces, ¿a quiénes representan realmente los congresistas? ¿Representan a su región, a sus votantes, o a sus jefes, a los que los pusieron en la lista prediseñada por el partido?

Eso no es democracia, porque el DEMOS que es el pueblo, no tiene cracia realmente, es decir, poder.

Lo que termina sucediendo es que existe una oligarquía de jefes de partidos, o partidocracia. Y encima una donde los partidos son la institución más deslegitimada de todas; con intermediarios que se arrogan el derecho de interpretar como les venga en gana las intenciones de sus votantes, y frecuentemente los traicionan.

Por lo tanto, la oferta de candidatos es un monopolio de los partidos políticos inscritos; partidos que, como ya hemos visto, nadie confía en ellos.

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