Política

¡Cuidado con la revolución oculta!

El socialismo es hambre y muerte, pero sobrevive. Las más grandes hambrunas en un siglo ocurrieron con dos revoluciones socialistas. La rusa produjo la muerte por hambre de 10 millones de personas. El «Gran Salto Adelante» de Mao significó la muerte de 45 millones de personas que no requirieron de una gran peste porque el socialismo es una cepa que se perfecciona y articula. ¡Y lo creíamos muerto!

En Cuba, el 90% de su población es pobre, si algo hizo Castro fue construir una gran maquinaria institucional de control para asegurar que su gente muriera de hambre y resignación. Más de la mitad de los venezolanos vive en pobreza extrema, pero Maduro persiste porque el control institucional es lo único eficiente que produce el socialismo. El control social ancla en un método sofisticado para sostener el poder. No es la tiranía de Castro o de Maduro, es la tiranía de un régimen institucional. Si el dictador desaparece, vendrá otro Maduro y otro más porque de lo que se trata es de dominar las instituciones que controlan la ley, la justicia, las elecciones, la seguridad, la inteligencia, las fuerzas armadas y demás.

El proceso comienza con el cambio de Constitución y la toma del parlamento, sigue el ejército y la justicia, persiste con tomar sutilmente los organismos electorales y pervive como una marea roja que se extiende hasta copar toda la institucionalidad. Es tan sutil que nadie se sobresalta porque los pasos son pequeños y se acompañan de argumentos.

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Al final y cuando es tarde, la resistencia poco puede hacer si a la que hieren es a una medusa, a un monstruo al que se le corta la cabeza una y otra vez, pero que igual se regenera, porque el socialismo no es un hombre. El socialismo del siglo XXI no era Chávez ni es Maduro, como no fue Castro, no es una dictadura de caudillos destructibles, sino de una tiránica telaraña institucional que vigila, reprime, se regenera y sobrevive mudando jefes, pero dejando intactas las bases institucionales del régimen. Maduro puede desaparecer, pero vendrá otro y otro más.

Ni la pobreza ha logrado destruir esa tiranía institucional, esa que en países como el Perú puede crecer sin que nos demos cuenta (aún bajo apariencias democráticas) antes que se formalice en una pésima elección como las que solemos hacer en urnas. ¿Quién será en 2026, un alfil del sur andino, Antauro Humala, un agente de Cerrón? De seguro, pues tendrán más cuidado de no apostar por otro Castillo.

Referimos siempre la batalla cultural, buen trabajo de Agustín Laje, pero es insuficiente para la gran batalla contra el socialismo quedarnos en Gramsci, porque se trata también o más aún de una batalla institucional. La verdadera revolución por la libertad (que se debe librar en 2026) no es solo la que traerá prosperidad, sino la que asegurará instituciones limpias que no sean más un instrumento del poder del siniestro oscurantismo marxista.

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