Política

País de desconcertadas gentes

Si Hitler o Stalin fueran peruanos, podrían conquistar el poder por las urnas. No tendrían que esconder sus futuros horrores para ir entre los primeros en primera vuelta, porque si no han reparado, Pedro Castillo le gana a Keiko Fujimori, pero llegó a segunda porque hubo quienes votaron por él en primera, pese a él.

¡Qué manera de patear el tablero la de los que votan en San Isidro y se la pican a España ni bien tiraron la piedra! No todos tienen pasaporte para escaparse del infierno.

Nadie se asombre si Antauro Humala repite la historia en un país en el que el odio es una ideología. Leemos a una «actriz» que dice que, puesta en la misma disyuntiva que en 2021, votaría por Antauro». Qué hay en el cerebro atrofiado de un votante que es libre, propietario, opinante libérrimo y todo lo demás para darle a quien promete sangre y miedo, el gobierno del país. La atrofia mental es también un problema de salud política.

Frente a los mil demonios, conservadores y libertarios tratan de barajar una alianza, pero no es idónea si parece un «todos contra Antauro». Siempre quien pierde el seso, simpatiza con la víctima, aunque esta sea quien le desbarate el país y la vida.

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Solo un antisistema a la «derecha» podría ganar en 2026, porque la rivalidad será sobre quién demuele más y quién refunda mejor y quien la hace “parao y sin polo”. A los tibios se les vomita, porque este es un tiempo que no da para leche aguada.

Un régimen conservador o liberal democrático solo es viable con un sistema electoral racional, que llame a colegios electorales para un voto razonable; que impida el paso a asesinos, violadores y corruptos; que corte la polarización y los extremos; que exija tantas firmas o erija un sistema mayoritario para que sean tres los partidos con representación: libertarios, conservadores y un centro que no escude a una izquierda de contrabando.

Cada cinco años apostamos por mandar el país al vacío. Cinco años después nos quejamos para volverlo a hacer. El problema no es Castillo o Humala, como no lo sería Calígula o su caballo, el problema y el más grande peligro para la democracia es el elector que usa el lapicero de su mesa como el cañón de un arma dirigida a su sien.

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