Platón decía que solo filosofan los hombres libres, por tanto, el ejercicio de la razón solo es posible en una sociedad libre. En el totalitarismo un hombre y un partido elaboran la verdad oficial. La libertad de pensar y expresar se difumina en una niebla totalizadora.
En el totalitarismo no hay filosofía, no es posible el jovialismo de Ortega ni la angustia de Unamuno, ni siquiera las vertientes de la escuela de Frankfurt ni el psicoanálisis ni la literatura honrada ni la creación sin compromiso. Mariátegui, intelectual, invitando a la vida heroica, sería un incómodo revisionista. En aquella opresión no hay pensamiento sin sello estatal. Dostoievski y sus pulsiones parricidas serían un desafío al tirano, nunca una ficción. Nada más contradictorio que un intelectual comunista y, sin embargo, es la intelectualidad la que más resiste a la libertad.
El escritor comunista no responde a su conciencia, sino al Estado que lo oprime o lo compra. El intelectual se somete, así, a una verdad que no comparte para tornarse en burócrata del pensamiento y notario del error.
El intelectual idiota requiere de la libertad para ser intelectual, pero firma manifiestos para el totalitario que lo enviaría al Gulag al primer escrutinio. Nadie entenderá a Heidegger elogiando a ese error pasajero que fue Hitler ni a algunos creadores latinoamericanos que se sometieron a Castro ni a los escritores pomposos que amaban con libertad y se saciaban con pasión, pero peregrinaban por la URSS limpiándole el rastro a Stalin. Los genocidios no son memorables si los perpetra el comunismo, son los olvidos del intelectual. Un poeta latinoamericano en la Unión Soviética festeja el apaleo a una aristócrata rusa.
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¿Y por qué gran parte de la cultura es antiliberal? Ortega decía en su célebre circunstancialismo (permítase la licencia), que el hombre no es solo el hombre explicado en sí, es también su mundo y lo que le dieron. El siglo XX entreveró el romanticismo de las revoluciones liberales con las turbulentas aguas de la revolución socialista. El mercado es número, dinero e intercambio, no se pretende con aureolas románticas, tan frío como la convención del lenguaje. El socialismo se pretende, por el contrario, cambio, lucha social y romanticismo, y el cambio es poesía. Gramsci vio en la cultura la fábrica de la revolución. Nada atrae más al creador que una mística. Al capitalismo le faltó una ética, tal vez aquella que proviene de una frase tan precisa y romántica como mística y providencial: la santificación por el trabajo (Escrivá).
El intelectual comunista abraza lo que Lyotard llama los grandes relatos, que la posmodernidad individualista destruyó a fines de los 80 sin reemplazarlos por una ética del capitalismo. Hannah Arendt explica bien aquellos poderosos ismos que cubren totalmente la realidad cuando median vacíos en El origen del Totalitarismo.
El intelectual comunista es contradictorio, aborrece del oscurantismo medieval, pero se casa con un régimen opresor y materialista, más oscurantista aún. Un intelecto ganado por el odio viral de Marx puede preferir el ideario totalitario y aniquilarse, si sirve para sortear sus antipatías políticas…que están siempre a su derecha.
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Abogado y escritor