Cultura

Las guerras del fin del mundo | Opinión

Huntington creía en 1993 que las guerras del futuro serían entre civilizaciones, dándole de rastras a la teoría de Fukuyama sobre el fin de la historia y la victoria definitiva de la democracia liberal. Tampoco la clasificación de Huntington, bajo el marco del concepto de Toynbee es exacta porque separa lo que tiene puntos en común. Por decir, Europa y Latinoamérica no son civilizaciones distintas.

Vale decir que existe el mundo libre y la sociedad cerrada. El mundo libre, con sus matices de mestizaje cultural (lean Peruanidad de Víctor Andrés Belaunde, obra nacional con aplicación universal) es aquel donde predomina la herencia del pensamiento griego, la fe cristiana, la justicia romana y el constitucionalismo liberal anglosajón. En la sociedad cerrada, rige la opresión impulsada por el extremismo de sectas que toman el poder e imponen su interpretación religiosa cambiando el espíritu y la letra.

Así, las guerras modernas son entre sectas extremistas violentas y Estados. Por un lado, el sectarismo puede dominar el pensamiento religioso, pero por otro la ideología. Qué son los partidos comunistas sino sectas. El espíritu sectario es cerrado, excluyente y tiende a cerrar el mundo en su propia cosmovisión, quien piensa diferente es asesinado, deportado, encerrado. La civilización occidental, naturalmente abierta en la línea de Popper es plural, individualista, liberal y constitucional.

La sociedad libre en el marco de la civilización occidental no es de castas, el individuo es socialmente móvil, se somete a la idea del progreso y son válidos los proyectos personales de vida. En la India, en algunas sociedades más jerarquizadas de Oriente, incluso brahmánicas, el proyecto vital, ese esquema de autoconstrucción sartreana, no existe. Se nace y se muere pobre por norma social. Esa es la falsa argumentación de la izquierda sobre el capitalismo liberal, donde el emprendimiento y el trabajo sí puede revertir la pobreza.

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Lo mismo ocurre con algunas ideologías. El socialismo es una organización de casta. Conviven en él, el pueblo llano, sin movilidad ni proyección y la burocracia o nomenklatura, una élite del Partido Comunista que sí goza de los beneficios de Occidente liberal, pero con las rentas del Estado socialista.

Las guerras modernas no son de civilizaciones, porque solo los militantes de sectas o partidos son los combatientes, los civiles sirven de escudo o de pretexto. Oprimidos, acorralados. No son civilizaciones, porque no es el islam contra el judaísmo o el cristianismo, son sus grupos extremos contra los Estados liberales y contra los incrédulos que no se alineen.

Los partidos socialistas son sectas. En la comparación, buscan destruir la civilización para imponer su ideología; pues, la religión, la familia, el constitucionalismo liberal, el derecho romano y hasta la filosofía occidental obstruyen sus fines. El socialismo, siendo ideología, se pretende civilización por la dimensión de lo que destruye y por el armatoste institucional que instala desde las ruinas de la tradición. Existen hasta diccionarios comunistas, una reinvención macabra de la sociedad y sus significados.

Quien no hace apostolado por la libertad es, sencillamente, no más que un testigo de la tragedia universal, quizás al final de su propia tragedia.

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