Cultura

Nos enamoramos de quien nos recuerda nuestra niñez | Opinión

Más allá de querer subestimar o replantear un concepto endeble y trastocado como el amor, pretendo que reflexionemos sobre la importancia de entender la raíz de aquello por lo que todos transitamos y que, independientemente de las posiciones políticas que tengamos, creo que se podría exponer el camino que como sociedad estamos construyendo.

Aquellas cosas en común, que puedan tener unos con otros, han hecho que se pueda conformar tribus, familias, amistades, países, regiones, organizaciones e incluso empresas. Esas cosas que nos unen, que sentimos con cierto olor familiar y donde se hable el mismo lenguaje que uno maneja hace que cada ser humano tenga cierta confianza para enraizarse, forjando un sentimiento de pertenencia y de identidad.

Autores como el francés Marcel Proust decía que el paraíso de cada individuo está en la infancia. Justamente, porque la infancia es el terreno fértil donde el niño comienza a construir su identidad, su sentido de pertenencia, sus principios y límites, pero también donde se pueden sembrar los miedos, escenarios traumáticos o hábitos dañinos. De hecho, cuando hablamos de que algo nos es familiar, muchos imaginan una sopa caliente casera como lo preparaba su abuela o un domingo en la noche mirando televisión en familia, pero no necesariamente siempre implica recuerdos agradables. Un elemento familiar para muchos otros también es un golpe, gritos o un abuso sexual, siendo en muchos casos, el único ambiente que conocieron por el resto de sus vidas. Es así que, las expectativas o los consentimientos que ejercemos en el amor, recaen en cómo hemos sido cuidados y criados en la infancia.

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El amor, más allá de un sentimiento o una mera decisión como si fuésemos a hacer un trámite burocrático, es un espacio de vulnerabilidad. De hecho, en cada adulto que se enamora, hay un niño que está exigiendo. Es muy probable que los intereses en común son un motivador para sentir atracción por una persona, pero el que determina algo más que una simple atracción es, sin duda, el aroma a hogar que podamos percibir en el otro, el amor haciendo una tregua con la muerte permitiendo así que uno se sienta seguro y tenaz.

Esto, como sociedad, repercute en la importancia de educar y cuidar a todos los niños para tener, a futuro, no solo noviazgos y matrimonios sanos, también individuos que lo sean. Porque ningún dictador tuvo buena niñez, ni ninguna ideología nociva nace de personas con amor, sino de las que tienen odio.

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