Caviar es un adjetivo impreciso. El problema no es si el socialista bebe champán o tiene una ONG, el problema es que tiene el mismo chip de cualquier marxista. Así se autoproclame “liberal” o “progresista”, votó por Pedro Castillo y lo volvería a hacer. Marcharía contra el fujimorismo, pero no contra Sendero. En noviembre de 1989 los partidos de izquierda, con Henry Pease a la cabeza, los sindicatos y las organizaciones es de base, llenaron las calles de Lima con la Marcha por la Paz, un rechazo unánime de la izquierda a Sendero Luminoso.
Treinta y tres años después, el socialista no es el mismo, pues se construyó una cultura, una que encubría el olvido con la memoria. Para entender mejor, creó una comisión de la verdad que sirvió más para el registro futuro de la acción militar y la correlativa persecución penal, que, para descubrir y sancionar las actividades de un grupo terrorista maoísta, descomunalmente destructor.
La nueva hegemonía tendía a erigir una cultura que centró su “luz del odio” en Alberto Fujimori, a quien convirtieron en el único hacedor del crimen y la violencia en el Perú, en un contexto de enjuiciamiento penal a las fuerzas del orden y progresiva liberación de los acusados por el terror. Modificada la legislación antiterrorista y bajo el imperio de la concesión, gran parte de los senderistas ganaron la calle para “reincorporarse” a la sociedad sin abandonar el objetivo revolucionario. La estrategia había cambiado, con el tenebroso magisterio de Gramsci, se trataba de infiltrar las organizaciones, las instituciones, la academia, la escuela y el poder público para “tomar el Estado y la cultura” con otros métodos.
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El olvido es una simiente de la revolución cultural, con el olvido se fabrican nuevas memorias o memorias parciales y en esa memoria incierta es que nace el “enemigo único” y el enemigo único no era Sendero con sus nuevas fachas, sino el fujimorismo. Desde luego que ese razonamiento no supone que no haya liberales o conservadores que rechacen el fujimorismo por cualquier razón. Tratamos de precisar qué es, en parte, ser “caviar”, lugar común indescifrable y repetitivo.
El odio y la ignorancia deconstruyen al punto que cualquier radical rojo que asume la democracia como una pelotudez y el gobierno como una perpetuidad, puede ganar en urnas a un público bobo. El gen marxista es todo un espectro.
La izquierda citadina y medianamente culta puede querer otro Velasco, como lo quiere Antauro Humala (sabemos ya hacia dónde se inclinaría en una segunda vuelta); idolatra al Che y a Hugo Blanco; no es lo mismo que mate Castro a que mate Videla; puede marchar contra Manuel Merino; reverenciar las sentencias de la Corte IDH; callarse frente a la corrupción de Castillo y su golpe de Estado; allanarse al castrochavismo e incendiar sin iluminar; puede ponerse en mute cuando un violento peligroso es liberado, pero agitarse si Fujimori es indultado.
Los libertarios perdieron desde 2001 la batalla cultural, no vieron que el andamiaje institucional tornaría al Perú en un país desmemoriado. La gran pregunta va a los empresarios: ¿Qué hicieron para financiar una cultura de la libertad? Nada, tienen como poner sus capitales y sus petacas en Miami o Madrid. ¡Una pena!
En ILAD defendemos la democracia, la economía de mercado y los valores de la libertad.
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Abogado y escritor