El presidente Nayib Bukele ha combatido la criminalidad y el pandillaje, reprimiendo a las maras, como probablemente no lo ha hecho nadie en toda la región, y, guste o no, sus medidas han dado resultados. Sin embargo, sus últimos actos buscan sacarle la vuelta a la Constitución de El Salvador para, aparentemente, perpetuarse en el poder.
Las elecciones en El Salvador serán en febrero del próximo año, y como hemos contado en otra columna, Nayib Bukele planea permanecer en el sillón presidencial más allá del 2024, a pesar de lo que la ley de leyes salvadoreña establece que su mandato culmina el próximo año.
Como mencionamos, la reelección es una medida prohibida por varios artículos de la Constitución de El Salvador, es decir, una medida abiertamente inconstitucional. Sin embargo, como bien dice Max Weber, “la política se hace con la cabeza”, y en este caso, Bukele está usando, además de la cabeza, la popularidad de la que goza y su poder político.
Veamos, el artículo 152 de la Constitución de El Salvador establece que no puede ser candidato a la presidencia de la república aquel que está ejerciendo ese cargo. Sin embargo, hecha la ley, hecha la trampa, ya que en el 2021 la Sala Constitucional de la Corte Suprema salvadoreña, ordenó al Tribunal Supremo Electoral que permitiera “que aquel que ejerza la presidencia y no haya sido presidente en el periodo anterior inmediato participe en la contienda electoral por una segunda ocasión”. Y ese aquel, como se imaginarán, es Nayib Bukele.
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Esto es más que interesante, ya que, si muchos abogados utilizan los vacíos legales para alcanzar sus fines, ¿cómo no lo va a hacer un político?
Al igual que otros presidentes latinoamericanos, Bukele estaría valiéndose de su popularidad para manipular el orden constitucional y así perpetuarse en el poder. No está pateando el tablero como Castillo, incluso está siendo más sutil que dictadores como Nicolás Maduro y Daniel Ortega, que impiden la candidatura de sus opositores, cuando no los encarcelan. Así, la interpretación forzada de la Corte salvadoreña parece más cercana a figuras como la “denegación fáctica” de Vizcarra, o, si retrocedemos un poquito más, la “interpretación auténtica” de Fujimori.
Yendo más allá, debemos ser conscientes de la diferencia entre legalidad y legitimidad. El pueblo salvadoreño, no tiene presente exactamente lo estipulado por su carta magna, sin embargo, lo que sí saben es que El Salvador está mejor desde llegada de Bukele al poder.
¡Qué difícil es no querer a alguien que te permite salir a la calle!, ¿no? ¡Qué difícil es no querer la reelección de un presidente que le devolvió la seguridad a un pueblo que vivía con miedo! Y, al mismo tiempo y en ese contexto, qué difícil es notar que esta misma persona, vista como ídolo por muchos, empieza a quebrar el orden democrático, como un tirano.
Bukele goza cerca del 90% de aprobación de su pueblo y a los salvadoreños poco les importa lo que digan los expertos constitucionalistas, las ONGs y los organismos internacionales. ¿Estamos viendo el surgimiento de un nuevo dictador latinoamericano?
Bukele es un personaje elegido en democracia, sin embargo, este tipo de actos son típicos de un déspota, de alguien que manipula el orden legal a diestra y siniestra según le convenga. Un autoritario disfrazado de demócrata que considera que, si El Salvador se debe ser salvado, debe ser con él como salvador.
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Periodista de ILAD Media