Opinión

Cuando los cristales se rompen, la convivencia también

La sociedad posmoderna del S. XXI vive un proceso de cristalización asfixiante, y el más claro ejemplo es lo acontecido recientemente en las celebraciones de la Selección Argentina al ganar la Copa América.

En un repaso breve de los hechos, un grupo de jugadores de la flamante campeona del continente realizó un live de Instagram en el cual se coreó un cántico de celebración en el que, durante unos segundos, se burlan de algunos futbolistas de la Selección Francesa.

Este suceso, a pesar de lo baladí que realmente es, ha sido motivo de revuelta social y política —autoridades de Argentina y Francia ya se han pronunciado— debido a que una vez más “la generación de cristal”, apelando a su afán posverdadero de superioridad moral y correctismo político, vuelve a alegar que vivimos en una sociedad racista, xenofóbica, homofóbica y transfóbica; en consecuencia, han iniciado una cacería de brujas contra uno de los participantes de dicho cántico, el futbolista Enzo Fernández.

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El trasfondo de este pintoresco acontecimiento es algo realmente preocupante. Y es que más allá de que nuevamente se busca limitar y castigar el propio folclore del fútbol —sin llegar a extremos condenables de violencia, en dichos partidos lo recurrente suele ser alardear del triunfo y mofarse de la derrota del rival—, nos encontramos en medio de un clima de intolerancia aberrante; la cual, paradójicamente, viene desde el sector que se autoproclama defensor de la diversidad, igualdad e inclusión.

Así, el progresismo woke y todas sus expresiones encuentran, al puro estilo foucaultiano, relaciones de micropoder por doquier, las cuales resultarían ser “opresoras” hacia determinados sectores, verbigracia, grupos raciales, minorías sexuales, etc. Conforme a este lineamiento, surge la “solidaridad entre oprimidos” gramsciana que termina por acosar y cancelar a aquel que comete el pecado capital de no ser “correcto”.

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Ahora bien, con “la ruptura en llanto de los cristales”, la convivencia pacífica se convierte más en un sueño distante que una realidad próxima. Esto es producto de que una palabra puede ocasionar toda una hecatombe si los progres la consideran como ofensiva u opresiva, impidiendo de esta forma expresarse a las personas libremente. Por ejemplo, como si de seguidores de Jacques Derrida se trataran, ahora la palabra “mujer” posee múltiples significados arbitrarios, sin embargo, cuando se remite a su acepción original —ligada a la naturaleza humana— esta palabra se convierte en una injuria.

A modo de ilustración, decir que un hombre vestido y maquillado como mujer, incluso así esté mutilado, nunca será una mujer real, es motivo de censura y persecución, puesto que estaríamos entrando en el famoso “discurso de odio”. Ante esto, es más que evidente que la comunicación está en un proceso de contracción; pues ahora tenemos “personas de cristal” y no personas humanas.

Para concluir, la intención de estas líneas no es la de defender acciones completamente punibles legal o moralmente, por ejemplo, el asesinato de una persona humana justificado únicamente por una aversión a su color de piel; sino, la de reflexionar sobre hacia qué tipo de sociedad nos estamos dirigiendo; puesto que, hasta el momento, se trata de una donde la libertad de expresión no existirá, donde la hipersensibilidad será el nuevo dogma hegemónico, y mucho peor aún, donde la verdad se castigará para “no ofender”.

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